Algún día hablaremos del Gobierno

OPINIÓN

Fernando Alvarado

03 jul 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Entre las muchas críticas y alabanzas que recibo de mis amables lectores, las que más abundan, y más me sorprenden, son las que me reprochan que critique mucho al Gobierno y casi nada a la oposición, como si de ahí dedujesen mi total parcialidad, o mi contumaz empeño en echar a unos para poner a otros. Algunos van más allá del reproche, y me dan consejos sobre los temas que debería tratar: «tiene que hablar del contubernio del PP con Vox», «debería decirnos qué piensa de la Gürtel», «¿por qué no comenta los indultos del PP?», o «¿le parece normal que Ayuso acosa al Rey?» Finalmente, en la cola de asuntos que hago mal, también aparecen quejas sin fecha de caducidad: los recortes, el rescate de la banca, la reforma laboral, la privatización de la sanidad, el desastre de Annual, la batalla del Guadalete y la alevosa captura de Indíbil y Mardonio.

Como respuesta genérica a tan interesantes preguntas, voy a revelarles un secreto histórico, jamás violado, que se guarda en los archivos de la CIA y la KGB: «la diferencia más grande y funcional que existe entre las dictaduras y las democracias es que, mientras en las dictaduras se critica a la oposición, en las democracias se critica al Gobierno». Espero que no me pase nada por revelar algo que nadie había cantado así de claro desde que murió Sócrates (año 399 antes de Cristo). Y espero no provocar un terremoto ético y político al descubrirle a la actual progresía de izquierda que nuestros problemas e incertidumbres no dependen del PP, que ya fue aherrojado a las tinieblas exteriores de la Moncloa, sino del PSOE, que es el que desarrolla su actual función en medio de lujos y oropeles pagados por el erario público. Pero siendo yo, al parecer, el único que sabía que la crítica democrática es, per se, una crítica al poder, sentí la obligación de compartirlo con mis lectores, aún a costa de causarles un tremendo desasosiego.

Claro que Tip y Coll, los celebérrimos histriónicos que nos alegraron tantas noches del franquismo, también debían conocer este secreto. Y por eso terminaban sus crónicas con aquella frase - «la semana que viene hablaremos del Gobierno»- cuya traducción exacta era «cuando haya democracia dejaremos de decir estas parvadas y ejerceremos la libertad de poner la crítica donde tiene que estar». Pero Tip y Coll eran un poco raritos, como yo, y nunca pudieron imaginar que un Gobierno democrático pudiese sostenerse blindándose de toda crítica, y dirigiendo los dardos, con la inestimable ayuda de un público abducido por la magnanimidad y el progreso, a una oposición cautiva y desarmada -con perdón- que bastante hace si sobrevive a esta avalancha de vagancia intelectual que define la democracia de hoy.

Por eso les pido disculpas por si estos días critico a Escrivá, que reforma las pensiones -«hoy sí, mañana no, pasado sí»- como si fuesen restricciones a la hostelería, y no me ocupo -¡perdón, oh Dios mío!- del chófer de Bárcenas, de Villarejo o de la guerra de Irak. Porque es evidente que soy incorregible.