Los pecados de la carne

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

E. Parra. POOL

10 jul 2021 . Actualizado a las 10:14 h.

Tengo un amigo, gran periodista, que, cuando habla de Alberto Garzón, lo hace así: «Yo siempre lo imagino con alzacuellos. Y confesando». No debe ser mala forma de imaginarlo: un comunista que, si llevase alzacuellos, nadie dudaría que era un cura; un cura rojo, de los muchos que hubo en la transición. Quizá no le falte razón a mi compañero: si bien se mira, Alberto Garzón tiene cara redonda como los párrocos de antes, cree en los dogmas como los obispos de siempre, y el vídeo del miércoles, más reproducido que una encíclica papal, tenía bastante de homilía: condenaba los pecados de la carne, pero era compasivo y no prohibía que de vez en cuando se pudiera hacer una barbacoa.

Lo que le ocurre al señor Garzón es que, para parecer un cura, habla poco. Su ministerio terrenal no le da argumentos para muchas comparecencias públicas, y menos sobre cuestiones tan vulgares que parecen administrativas. Esos largos silencios demuestran su inteligencia, pero también tienen un riesgo: que la falta de práctica le conduzca a no expresar debidamente los matices, que en cuestiones carnales son amplios y variados. Debiera aprender de la ministra portavoz, que disfruta del prodigio de decir una cosa y la contraria en la misma homilía, con lo cual casi siempre tiene razón.

Entonces, a Garzón le faltaron tres detalles: el primero, ya digo, el matiz; el matiz, que tanto falta en la política española. Cuando el matiz se reduce a la posibilidad de encender alguna vez una barbacoa, el fracaso está asegurado: un país ganadero como España no hizo las inversiones que hizo para hacer una barbacoa algún fin de semana.

El segundo, contemplar los intereses en juego, exponerlos y contraponerlos a las necesidades de salud y las aspiraciones medioambientales. Y el tercero, ministerio. Tiene uno, que es el de Consumo, pero hay un consenso general en que nunca pasó de ser una dirección general, no da para tanto aparato y ostentación, y hay mucha gente mala en la política y en los medios que se la tiene jurada. Como, además, estamos en tiempo de remodelación ministerial, verde y con asas: sobra el ministro y sobra el ministerio. Algo de eso hay en el calvario que Garzón se puso a sí mismo en un escenario que, a pesar de ser verde, suscitó poca indulgencia de los espectadores.

¿Y ahora qué hará Sánchez con él? No lo tengo muy claro, por mucho que al presidente le gusten los chuletones al punto. Por una parte, ya que lo desautorizó con la confesión de sus gustos, debería cesarlo. Pero, por otra, ya que cuanto dijo Garzón está en el programa «España 2050» debería confirmarlo, incluso hasta el 2050. Yo le pondría de penitencia asistir a un curso de Iván Redondo sobre matices en la comunicación y lo confirmaría: al fin y al cabo, ningún otro ministro le brindó una oportunidad tan clara de hacer populismo inofensivo con su defensa del chuletón.