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Los acontecimientos del 11 de julio en Cuba han cogido a nuestro Gobierno en pleno cambio en el Ministerio de Exteriores. El nuevo ministro, José Manuel Albares, va a tener que lidiar con un conflicto no menor, dada la enorme influencia que tiene España en la isla. Los acontecimientos del pasado domingo en Cuba no han hecho más que empezar y, aunque aún es pronto para conocer el desenlace de esta crisis política, a buen seguro que tendrá consecuencias más allá de las manifestaciones inéditas -porque solo se autorizan las que convoca el Partido Comunista- que han protagonizado los cubanos. Las tuvo en el año 1994, con Fidel Castro en el poder, y las debe tener con el presidente Miguel Díaz-Canel. En 1994 las protestas se llevaron a cabo solo en La Habana y por eso se las conoce como el Maleconazo, pero las de ahora se han extendido como un reguero de pólvora a las 15 provincias de la isla.
El hambre, por la escasez de alimentos, la pobreza, la deficiencia energética, la falta de medicamentos, la grave crisis económica, el covid, y el desbordamiento de un sistema sanitario que tiene a un tercio de profesionales fuera de Cuba, porque aportan divisas de las que tanto está necesitado el país, han llevado a la población a esta salida desesperada. Han sido manifestaciones transversales, espontáneas, que se han extendido por todas las grandes ciudades. Desde la pequeña localidad de San Antonio de Baños, al suroeste de La Habana, que es donde prendió la mecha, hasta Matanzas, Villa Clara, Cienfuegos, Camagüey u Holguín, por citar las más grandes. Pero esta vez los manifestantes no solo han pedido solución a sus problemas, también han coreado consignas contra el régimen comunista con gritos de «libertad» y «patria y vida» (en un claro desafío al eslogan «patria o muerte» de la revolución contra Batista en 1959). Las redes sociales -silenciadas ahora por el Gobierno- han permitido transmitir la información en cuestión de pocas horas a todo el país.
La respuesta de Díaz-Canel, en un típico lenguaje trasnochado con el que alentó «a combatir» a los comunistas contra los «contrarrevolucionarios», no ayuda para nada a serenar el ambiente. Como tampoco lo apaciguan las declaraciones del alcalde de Miami, Francis Suárez, que en rueda de prensa llegó a pedir la intervención militar de EE.UU. El lobi cubano es, después del judío, el más importante en aquel país.
Cuba es hoy un polvorín que puede estallar. Y el papel de España para acercar posturas es fundamental. Somos el país con más empresas mixtas (pymes sobre todo) y sucursales implantadas en la isla. Somos el tercer socio comercial, después de Venezuela y China, y el primer proveedor comercial. Importamos en el 2020 productos cubanos por valor de 97,6 millones de euros y exportamos por 593 millones. En el 2015 reestructuramos una deuda de 201 millones de euros y les condonamos 111 millones. En el 2016 reestructuramos 2.240 millones y les perdonamos 1.492 millones. Cuba paga mal a nuestras empresas (a 360 días) y en el 2020 les debía 350 millones de euros. Pese a todo, tenemos la obligación de mediar para evitar que corra la sangre entre los cubanos.