Este fin de semana se celebra en Santiago el XVII Congreso del PPdeG, cuyo específico objetivo es la elección del presidente que ha de impulsar la acción del partido en los próximos años, y diseñar los cambios programáticos, estratégicos y organizativos que exige este azaroso presente. Por eso cabe entender que, tras conocerse que Alberto Núñez opta a la reelección, y que su liderazgo está reforzado por su cuarta mayoría, su exitosa gestión de la pandemia, su creciente relevancia en la política nacional, y las indisimuladas miradas que le dirigen -ellos sabrán por qué- todos los militantes de España, este congreso carece de importancia, ya que todas las incógnitas están resueltas.
Pero la realidad es que toda la prensa española va a seguir de cerca, y con lupa, cada gesto, cada encuentro, cada palabra y cada café que tomen Pablo Casado, presidente del PP; García Egea, secretario general; Juanma Moreno, presidente de Andalucía; Díaz Ayuso, de Madrid; Fernández Mañueco, de Castilla y León; López Miras, de Murcia; José Antonio Monago, presidente del PP de Extremadura; María Teresa Mallada, del PP de Asturias; María José Sáenz de Buruaga, del PP de Cantabria, y Laura Garrido, del PP vasco. Porque de esta cumbre puede salir un pacto renovado para enfrentar el liderazgo de Sánchez, o la elección de una senda de desgaste equivocada, donde puede perderse la más grande ocasión que vieron los siglos pasados y esperan ver los venideros.
El PP vuelve a la casa del padre, para preguntarse otra vez, igual que en 1979, por qué todas sus fotografías salen en tono sepia; por qué se le dividen sus electorados; por qué no son capaces de cortar con sus errores pasados, mientras el resto de los partidos lo hacen con tanta facilidad; y por qué no aciertan a componer un relato que conecte con los persistentes tópicos que articulan la política actual.
En 1979 Fraga Iribarne -que aún no había ganado ninguna elección en ningún sitio- vino a su tierra a respirar y a hacer las mismas preguntas. Y algún politólogo de pueblo debió de darle las dos claves que le hicieron ganar las elecciones gallegas de 1981. «Primera clave, don Manuel: hay que aparcar el debate sobre las esencias de España, porque no es posible mantener la atención de los fieles hablando siempre del misterio de la Santísima Trinidad y sin contar nunca los milagros de San Antonio y Santa Rita. Démonos un descanso en la serodia discusión sobre los fundamentos constitucionales y los temas de profundo contenido ideológico o moral -banderas, divorcios, abortos, lenguas, eutanasias, patriotismo constitucional y esencias inmarcesibles de la nación-. Porque los españoles que andan por la calle ya dan por superados estos apotegmas. Y segunda clave, don Manuel: hay que hablar de gobernar. Hay que competir en el terreno de las políticas, los programas, la economía productiva, la calidad de los servicios y prestaciones, el orden sistémico y el orden social. Y todo lo demás -¡hoy estoy bíblico!- vendrá por añadidura». ¡Y vino!