Según la Real Academia Española, la canícula es el tiempo en el que Sirio, la estrella mas brillante de la constelación del Can, aparece junto al Sol. Suele producirse este singular fenómeno entre mediados de julio y la primera quincena de agosto. En Italia concluyen hacia el puente de la Virgen agosteña con el ferragosto que marca en los termómetros los días mas calurosos del verano, la mas amable de las estaciones del año como bien dejó escrito Cesare Pavese en su texto Una belle estate, que narra un bello y maravilloso verano.
En Galicia la canícula es en muchas ocasiones, perezosa, y se obstina en no traspasar habitualmente la barrera de los veinte grados, y hurtarnos del calendario los días de sol que nos corresponden en estos meses según el cupo anual.
Son veranos de chubasquero y «rebequita vespertina», aunque el gran secreto son las plácidas noches gallegas, dadas al paseo, a contemplar las estrellas y a dormir arropado por un edredón o una manta. Lo mejor del verano en Galicia son, sin duda, las noches. Es la España del sol y sombra, como aquella popular bebida de las sobremesas que combinaba coñac recio y anís dulce.
Si en A Coruña o por Sálvora, si en O Grove o en los arenales de Viveiro, se deja ver el neboeiro con mas frecuencia de la deseada, en Madrid, desde donde escribo estas líneas, hace como cada año por estas fechas, un calor insol-portable. Y no es el momento de hablar de los distintos nombres que desde Madrid para abajo se dan a la intensidad calorífica que sintetizamos en el calor, los calores y las calores. Denominación esta última que se aplica cuando cruzas la barrera de los cuarenta grados.
Y este año, en el corazón del cambio climático, surgió un nuevo «palabro» preocupante para hablar del tiempo y que une Galicia a California, Galifornia a California, y que no es otro que la niebla de advección que se aposenta sobre el litoral gallego, impidiendo que «abra el día», y se despeje la mañana. Sigue subiendo el kilovatio que ya está a más del doble, en euros, que en el mismo día y mes del pasado año, pero la niebla sigue rodeando la costa a finales de julio y preludiando la mansa lluvia por venir. Las isobaras se han vuelto locas, y el anticiclón de las Azores es un perturbado sin rumbo. Son cosas de la canícula, del caniculario gallego, suave y habitable como si el verano fuera un otoño moderado o una tardía primavera.