
Y a ha comenzado a caer la lluvia de millones sobre Cataluña. 1.700, ahí es nada, para ampliar y mejorar las prestaciones del aeropuerto de El Prat. Es probable que haya argumentos técnicos que avalen la decisión del Gobierno de España de dar semejante espaldarazo a los díscolos catalanes. Tan probable como sospechoso, en todo caso.
Quien más, quien menos, está hecho a la idea de que la España asimétrica que ya viene funcionando va a sufrir un fuerte empujón. La necesidad que Sánchez tiene de catalanes y vascos para mantenerse en el poder va a propiciar inversiones y transferencias a caño libre. Y eso que, en cuanto a las transferencias, cada vez quedan menos de relevancia a las que darles luz verde.
Sánchez apuesta su futuro en la Moncloa al apoyo de sus actuales socios de Gobierno y al apaciguamiento del conflicto catalán. Y aquí es donde surgen las dudas. ¿Apaciguamiento? ¿Cuántos millones de euros cuesta anestesiar un año la pulsión separatista de Cataluña?
Existen varias formas de llevar el tema catalán y es a Sánchez, y solo a Sánchez, a quien le compete elegir el camino.
Podríamos elegir únicamente la vía patriótica y dejar la solución del conflicto catalán en medio de un océano de emociones disparadas. Se antoja complicado pensar que pueda haber un punto de encuentro entre la unidad nacional de España y la ensoñación de la república catalana independiente. Entre el amor de los españoles a su país y el amor de los independentistas al que ellos tienen en su cabeza.
Otro camino posible es el de la legalidad. Y en buena medida ya se ha recorrido. Varios políticos condenados por graves delitos, paralización en seco de la declaración unilateral de independencia, pero a costa de una tensión que no anticipa un futuro apacible. La ley hay que cumplirla, pero como único recurso se antoja insuficiente.
Y también podríamos emprender la vía del pragmatismo-mercantilismo. España hace una oferta por la paz institucional y si Aragonès y los suyos la aceptan, estupendo. Tema zanjado. Y ya tenemos asegurada la España asimétrica que tanto nos tememos por estos lares. En ello estamos. En regar de millones a los nacionalistas para que abandonen (temporalmente) sus intenciones de separar sus caminos de la nación española.
Sánchez no alardea de patriotismo y no quiere ni oír hablar de la vía legal, más que para retorcer las leyes y poner en la calle a Junqueras y compañía. Parece claramente convencido de que el pragmatismo es la receta adecuada para este caso. Pragmatismo y mercantilismo. O dicho en cristiano, comprar a catalanes y vascos con euros españoles. Aunque eso suponga empobrecer a otras autonomías que, como Galicia, han demostrado una lealtad exquisita. Sánchez va a lo suyo y no le importa estresar el Estado hasta límites insospechados y tremendamente peligrosos.