Desde siempre, la palabra «normal» preside una buena parte de nuestras vidas como un horizonte plausible aceptado por la mayoría de los seres humanos. Para la generalidad de las personas, ser normal es una muestra que está ahí presente como algo natural, de la misma manera que están el aire, el sol, el día o la noche. La expresión una vida normal, un trabajo normal, una esposa normal, unos hijos normales, o un día normal, es algo habitual cuando necesitamos dar algún tipo de explicación de que nada extraordinario ocurre en nuestro entorno. De esta forma el concepto de normalidad adquiere entre los humanos un significado unificador que en modo alguno es así, si en realidad profundizamos en ese término.
Por el contrario, decimos que algo no es normal cuando esta regla común se aparta de ese estándar al que una inmensa mayoría nos referimos. Pero quizás deberíamos, antes de continuar con estas reflexiones, hacernos alguna pregunta. ¿Quién dicta los parámetros por los que se rige la normalidad? O también otra: ¿quién valora esos mismos parámetros para analizar quién es o no normal? Y, de la misma forma, ¿quiénes son los encargados de dictar las reglas y de seleccionar los jueces qué juzguen y emitan un veredicto sobre quién es o no normal? Y por último, ¿es la propia sociedad, intervienen en ello las diversas fuerzas tectónicas que nos guían, o acaso también son las religiones las que han desarrollado con rigor su actividad marcando la pauta en estos menesteres, o quizás es el derecho consuetudinario que arrastra todo lo bueno y lo malo desde el principio de los tiempos el que marca la frontera de lo normalidad?
En este momento sería bueno precisar que el concepto de normalidad ha ido cambiando a lo largo de los tiempos, de la misma manera que lo han hecho las costumbres, la moral o las modas. En el día a día existen cantidad de cosas que damos por sentadas sin entrar casi nunca en el análisis de las mismas. Hay que recordar que normal viene de norma o regla que en su momento estuvo vigente y que la propia sociedad las ha ido cambiando, arrinconado o cuando no eliminado, y esto ha ocurrido a lo largo de la historia en todos los lugares y todos los ámbitos de la vida; en las leyes, en la medicina, la religión, la política, la educación, las costumbres, etcétera. Pero, dado que pretendemos razonar hoy sobre la definición de lo que es normal en el homo sapiens, comencemos por el principio.
En donde hay un ser humano, hay una intimidad, y en donde hay una intimidad, de seguro que existe una diferencia. Entonces ser normal significa en primer lugar que todos los seres humanos mantenemos diferencias entre sí; ergo ser normal es ser diferente y ser al mismo tiempo portador de alguna forma de singularidad. Vaya, de seguro que para algunas mentes acabamos de liarla, pero si lo analizamos con método en realidad es así.
¿Entonces, ser normal es también ser diferente? ¡Sí! Sin duda alguna. Todos los seres humanos somos diferentes entre nosotros mismos, o lo que es lo mismo, cada ser humano es único y al mismo tiempo irrepetible, pero curiosamente la inmensa mayoría se considera a sí mismo normal entre la concurrencia.
La historia nos dice que siempre han existido imperativos sociales de «la normalidad». Normalizar nuestras vidas de acuerdo a ciertas normas ha sido una exigencia social que solo los marginados han podido romper; ergo, si no sigues la senda marcada eres un marginado o un anormal, aunque bien es verdad que hoy esa palabras está mal vistas y son varios los ambages que utilizamos para denominar a estas personas llamándolas «diferentes».