En nuestra memoria siempre existe al menos un verano para recordar. Acaso aquel en que por primera vez nos enamoramos perdidamente, o el agosto del primer y apasionado beso. Recordamos el largo viaje que duró cerca de dos meses de un verano en el que conocimos un país que siempre estuvo lejano.
Aquel verano es la foto fija y mas agradable cuando la frontera de la adolescencia, de la mocedad, estaba a punto de traspasarse subrayando los días felices que han permanecido en nuestro archivo de melancolías varias.
Concluye agosto y este verano comienza a desdibujarse. Es la semana de los adioses y de las despedidas, no ha sido, remedando aquella mítica película, un largo y cálido verano.
En Galicia ha sido tardío y perezoso, un liviano verano con un sol austero que evitaba los días en que el barómetro superaba los veinticinco grados, aunque por otra parte también nos ha hurtado las mañanas de la lluvia mansa y agosteña.
Ha sido una estación que se hizo esperar, pero al fin y a la postre el balance ha sido satisfactorio.
Y en algún lugar de mis recordatorios veraniegos ha vuelto a sonar la canción antigua del Duo Dinámico con su estrofa ritornello insistiendo que «el final / del verano / llegó / y tu partirás…», y ella partía para siempre y el amor prometido para toda una vida duraba hasta la carta de despedida, la del adiós, que coincidía con las Navidades.
El segundo de los veranos vividos, compartido, con la pandemia activa, con el virus cercándonos y vetando risas y fiestas populares, desterrando verbenas y prohibiendo conciertos ha sido un estío distinto, más triste y reflexivo. Pero la mar siguió acercándose ritual a la orilla de la playa, saludando como antaño a la mañana, y por el borde del prado siguieron, reventando primaveras, las hortensias.
Este verano, como aquel de antaño, siguió la vida su rumbo, su caminar permanente de siglos. Y vuelvo a mi personal banda sonora de los tiempos que se han ido y me dejo arrullar cuando cae la tarde por aquella canción de Cliff Richards, versionada en español por Los Mustang, que aseguraba en su estribillo que «éramos jóvenes / tan jóvenes / que el tiempo sigue sin pasar».
Ojalá así fuera y no contáramos los veranos por décadas, y nuestra nostalgia no se detuviera en los agostos de nuestra juventud, cuando «éramos aun tan jóvenes».
Quizás fue aquel verano, ¿recuerdas?