Nos ha sorprendido a todos que nuestros ordenados y prudentes vecinos del norte (Alemania, Países Bajos, Austria y Bélgica) se hayan visto sorprendidos por inundaciones repentinas como las que ocurren en España todos los años.
Han convergido aquí dos factores principales: la irresponsable urbanización de los cauces de los ríos y la mediterraneización del clima del norte de Europa, probablemente relacionada con el aumento global de las temperaturas planetarias.
El último informe del IPCC ya ha advertido que la actividad humana ha calentado la atmósfera, el océano y la superficie terrestre, probablemente como consecuencia del efecto invernadero producido por el aumento del CO2 atmosférico, y estima que la temperatura media en el planeta ha aumentado hasta 1,2 grados centígrados respecto a la era preindustrial. También indica que es «prácticamente seguro» que los extremos cálidos (incluidas las olas de calor) se han vuelto más frecuentes e intensos en la mayoría de las regiones terrestres desde la década de 1950. Respecto a la subida del nivel del mar a nivel global ha previsto una subida media de 0,7 metros en todo el planeta y para el año 2100 (ni yo ni muchos de los lectores estaremos por aquí para comprobarlo), si bien a medida que nos aproximemos a los polos habrá sitios donde el nivel del mar baje, por el efecto isostásico sobre los continentes, de la fusión de los casquetes polares. Pero, sorprendentemente, también dice que la última vez en la que se llegó a un nivel de calentamiento por encima de los 2,5 grados fue hace tres millones de años, cuando ni siquiera existía el ser humano. Lo que evidentemente quita presión a la raza humana, ya que el planeta se las puede arreglar solo para calentarse y enfriarse sin ayuda inteligente.
Para ver el planeta en perspectiva hay que utilizar las ciencias geológicas, que directamente eliminan el factor humano y ponen las cosas en contexto. Durante el Pleistoceno (los últimos 2,58 millones de años) nuestro planeta ha alternado fases de enfriamiento con fases cálidas. Durante los enfriamientos o glaciaciones, se forma hielo glacial y desciende el nivel del mar hasta 145 metros en muchos puntos de las costas planetarias. En los períodos cálidos o interglaciares, como el que vivimos ahora y que dura ya 15.000 años, se funden los casquetes y los glaciares y se eleva el nivel del mar en algunas costas. La periodicidad medida de unos períodos y otros oscilan entre cada 40.000 y 100.000 años en el Pleistoceno y parece que estos ciclos tienen que ver con cambios cíclicos en la órbita de la Tierra. Así que, independientemente de lo que haga el ser humano, los ciclos climáticos de la Tierra empiezan y acaban, y, aunque es poco probable que el actual termine inmediatamente en términos humanos, en algún punto de nuestra próxima historia planetaria empezará otra glaciación.
Dicho lo cual, vamos a ver por qué nuestros compañeros de continente se han visto sorprendidos. El principal factor para que se produzcan inundaciones es que caiga mucha agua que sobrepase el volumen que cabe en un determinado cauce. Esto lo tenían perfectamente controlado en los países afectados, notablemente en Alemania. Sus planes de prevención y alerta temprana de inundaciones se basaban en el perfecto conocimiento de las grandes crecidas del Rin, el Elba y sus afluentes principales, que duraban normalmente 10 días. Detalladas cartografías de riesgo de inundaciones, sistemas de compuertas, alarmas sonoras para avisar a la población, caudalímetros, zonas de graveras abandonadas para el control de caudales, un sistema de seguros privado que quieras que no también anima a estar precavido, etcétera. Todo estaba puntualmente controlado. Llevaban siglos sin que nada alterara el habitual transcurso de sus crecidas.
Pero, de repente y sin avisar, una corriente del chorro (vientos serpenteantes que viajan de oeste a este) subtropical, que habitualmente causa en España la tristemente famosa gota fría o DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos), es decir causa avenidas súbitas y habitualmente desastrosas, se desplaza hacia el norte de Europa y hace lo que hace aquí todos los años, descarga una increíble cantidad de agua en muy poco tiempo, y las tranquilas crecidas de todos los años se convierten en una catástrofe horrorosa. Quién les iba a decir a los inventores del concepto de kaltlufttropfen (gota de aire frío) que la naturaleza les iba a castigar con una demostración práctica. No, no estaban preparados para las avenidas súbitas, como se ha podido ver, y felices y despreocupados fueron ocupando las llanuras aluviales de apretados valles, porque allí nunca pasaba nada. Nuestros rígidos vecinos no contaban tampoco con que las llamadas fast floods arrastran muchos materiales en suspensión que sus tranquilas avenidas no hacían, resultado de lo cual fue el completo arrasamiento de muchos pueblos por la carga de ramas y sedimentos que de repente trajeron los otrora tranquilos y predecibles ríos.
Por una vez los centroeuropeos y los españoles compartimos el clima mediterráneo, aunque seguro que ellos preferirían seguir como hasta ahora. No hay duda que esos países cambiarán de táctica después del tumultuoso desastre y seguramente seguirán las reciente propuestas de nuestros especialistas nacionales (Jorge Olcina-Cantos & Andrés Díez-Herrero, 2021: Technical Evolution of Flood Maps Through Spanish Experience in the European Framework, The Cartographic Journal) que ya piden que se incorpore en las cartografías de riesgo de inundaciones la variable climática, para transformar esos mapas estáticos en mapas dinámicos y que nos olvidemos ya de los famosos e inútiles períodos de retorno, que para las inundaciones en España consagran multitud de normas, reglamentos y legislaciones variadas (Ley de Aguas y el Reglamento del Dominio Público Hidráulico; Evaluación y gestión de riesgos de inundación; Directriz Básica de Planificación de Protección Civil ante el Riesgo de Inundaciones; Norma sobre drenaje superficial de la instrucción de carreteras; Normas técnicas de seguridad para las presas y sus embalses; Sistema Nacional de Cartografía de Zonas Inundables; Máximas lluvias diarias en la España peninsular; Mapa de caudales máximos, CauMax); pues hoy se sabe muy bien -a las pruebas anuales de lo que pasa en España me remito- las limitaciones e incertidumbres derivadas del empleo de ese concepto estadístico en el análisis y gestión de la peligrosidad y riesgo por avenidas e inundaciones fluviales y se empieza ya a utilizar el evento máximo físicamente posible propuesto por A. Díez Herrero, o al menos el evento máximo geológico o registrado. De modo que no expongamos a los ciudadanos y sus bienes a la estadística.
Como en la mayoría de los actos habituales de la naturaleza, el hombre se siente insignificante pero, gracias a Dios (supongo que podemos agradecerle que nos haya permitido evolucionar hasta entender algunas de las cosas que nos pasan) tenemos a la Geología para ilustrarnos y darnos pistas de lo que, usando nuestra inteligencia y no la divina providencia, podemos hacer si somos diligentes.
En España el Colegio de Geólogos ha pedido a las administraciones competentes que se cree un Observatorio de los Planes Generales de Ordenación Urbana para comprobar que se cumple la Ley del Suelo, que existen los mapas de riesgos en los planes y que se usan, antes de permitir urbanizar ningún lugar de nuestro país; y que los ayuntamientos dispongan de un Reglamento Técnico de desarrollo de los Mapas de Riesgos Naturales para saber cómo se hacen y lo que de verdad significan.
Como además resulta que las inundaciones son el riesgo geológico que más daños causan anualmente en España -y también en Europa-, es necesario tomar medidas estructurales para la aplicación efectiva del artículo de la Ley 29/1985, de 2 de agosto, de Aguas, con el principio general de la necesidad de adaptar los usos urbanísticos del suelo en función de los mapas de riesgos naturales que se ha citado anteriormente. Las medidas que hemos propuesto son:
1.- Adoptar una política de seguros que responda al riesgo real. Esto que es habitual en Europa y en Estados Unidos, no es lo que pasa en España. Aquí el Consorcio de Compensación es un paraguas que impide que los ciudadanos comprendan los riesgos que de verdad corren y que entre todos paguemos las irresponsabilidades urbanísticas de ciudadanos o administraciones.
2.- Aplicar una política de indemnizaciones por expropiaciones para recuperar el suelo mal urbanizado y devolvérselo a la naturaleza, antes de que ella se lo tome por su mano.
3.- Invertir en estructuras de control de inundaciones como pueden ser las presas de laminación de avenidas o las canalizaciones, aunque sean costosas o provoquen cierta agresividad medioambiental.
Antes esto era predicar en el desierto, pero con la que ha caído igual alguien decide usar los fondos que vienen de esa Europa ahora inundada para gastar en prevención de los riesgos y en breve podemos decir que España está a la cabeza de la algo de lo que nosotros sabemos mucho y nuestros colegas, por lo visto, muy poco.