Escuchaba el lunes por la mañana a un conocido presentador radiofónico en su programa diario preguntar a sus contertulios su opinión sobre el volcán de La Palma. Todos, prudentemente, rechazaban opinar del fenómeno en sí, por considerar que eran los expertos los que debían hablar, y así lo hizo al rato mi colega David Calvo, del Instituto Volcanológico de Canarias, que enseguida explicó con claridad y muy didácticamente lo que estaba sucediendo en la isla. A esa pregunta del presentador, solo un comentarista se atrevió a dar una respuesta, pero no desde el punto de vista científico, prudente como sus compañeros, sino desde el punto de vista que el sí domina y en el que es experto. Consideró que lo que estaba sucediendo era la noticia perfecta, por alcance, por espectacularidad, por novedad, por plasticidad y estética. Los medios de comunicación cuentan estos días casi minuto a minuto lo que sucede en La Palma y lo que Cumbre Vieja nos está enseñando. Pero, como geólogo, más allá del tremendo drama social y económico que supone la erupción de un volcán en una zona habitada, me pregunto qué conclusiones científicas, técnicas y políticas hemos de sacar cuándo el espectáculo mediático termine pero las consecuencias de los vómitos de lava de Cumbre Vieja permanezcan. Porque los tiempos geológicos son muchísimo más extensos que los mediáticos.
De momento sabemos que la ciencia y la tecnología han y están funcionando. Gracias a la investigación científica y a los avances tecnológicos que dotan de herramientas precisas a los científicos se ha sabido con tiempo suficiente que el volcán entraba en erupción y se han podido tomar las medidas de prevención pertinentes para poner a salvo a la población; ahora se están pudiendo controlar las coladas de la lava, en qué lugares se pueden generar deslizamientos, a qué velocidad van o qué materiales la componen; se puede medir el comportamiento de los flujos piroclásticos, las emisiones de gases, la llegada o no de la lava al mar y los efectos de las nubes de vapor de agua que podría producir. En los próximos días podremos tener predicciones más certeras sobre la duración de la erupción, los millones de metros cúbicos de lava que finalmente saldrán a la superficie… Se podrán así tomar medidas para minimizar la catástrofe y evitar, como mínimo, la pérdida de vidas humanas.
Pero la ciencia y la tecnología no pueden parar la evolución de la naturaleza. Y nada se podrá hacer para cambiar los efectos, que sí o sí, quedarán una vez que Cumbre Vieja decida dormirse de nuevo. Veremos entonces un nuevo suelo geológico, con una topografía diferente y una tierra que será inicialmente yerma para cultivos, pero que en un futuro no muy lejano será tremendamente fértil.
¿Será, entonces, La Palma un lugar habitable? Lo será, al igual que lo era hasta ahora, pero quizá la pregunta es si debe ser un lugar habitable o lo debe ser en toda su superficie. Es previsible que en el futuro nuevos conos volcánicos puedan generarse hacia el oeste, siguiendo la teoría del punto caliente que alimenta los volcanes en Canarias. La ciencia ha funcionado porque era sabido que Cumbre Vieja entraría en erupción; las predicciones, las previsiones, las medidas y el trabajo incansable de vulcanólogos, geólogos… han sido certeros, lo que demuestra y pone de manifiesto, una vez más, la importancia de inversión en ciencia. La tecnología ha acompañado y optimizado el trabajo de los expertos; pero quizá nos toque revisar los planes urbanísticos y los planes de habitabilidad. Tal vez toque, una vez que la emergencia pase (emergencia social, porque la erupción de un volcán geológicamente hablando no es una emergencia, sino un fenómeno natural, esperado y esperable), revisar si es conveniente que se habiten lugares en los que sabemos que sí o sí, y más pronto que tarde, la naturaleza va a actuar. Y no lo hace, como he escuchado estos días en algunos foros, como venganza contra los humanos, ni como efecto de la contaminación, ni como castigo divino; lo hace porque el planeta está vivo y los geólogos, después de mucho tiempo de estudio, han aprendido a descifrar su lenguaje.