La imagen bien merece pasar a los libros de historia. O a los de humor, que nunca se sabe. La estampa es la de la delegada del Gobierno en Madrid lamentando lo ocurrido, pidiendo perdón y apuntando a que fue víctima de un engaño. Porque los ultras pudieron manifestarse libremente por Chueca, insultar, corear consignas homófobas y fascistas, lanzar amenazas, mensajes racistas e incitar al odio. También agredieron, encendieron bengalas, ondearon banderas ilegales y portaron pancartas con simbología de extrema derecha. Todo un catálogo de buenas prácticas.
Que la marcha iba a ser lo que fue lo sabían, excepto la delegada González, hasta en las Comoras. Todos. Porque la lideraba Madrid Seguro, que es una asociación de extrema derecha, y contaba con la participación de otros colectivos ultras como España 2000 y Juventudes Canillejas, por mucho que nos digan ahora que se disfrazaron de vecinos de San Blas. Por si la delegada lo desconoce, el acto lo convocó Alberto Ayala de Cantalicio, líder de las ultraderechistas Juventudes Canillejas, en nombre de asociaciones de vecinos. Y no hay que ser Colombo para detectarlas.
Cierto que las delegaciones no deciden sobre las manifestaciones callejeras, pero tienen la capacidad de suspenderlas. Ahora vienen las disculpas, los lamentos y las sanciones que, por el momento, se saldan con dos multas de 600 euros. Un dineral. Pero los neonazis ya cumplieron su objetivo. Propagaron sus mensajes, tuvieron visibilidad, expusieron las amenazas que están dispuestos a cumplir y ganaron espacio en nuestras calles. Lo llamativo de Chueca es que días después la señora delegada continúa en el cargo. Eso sí, tras pedir disculpas y reconocer sentirse engañada. Lo que le agradecemos profundamente. Pero en el cargo. Y ya ha adelantado que no piensa dejarlo. Ni por iniciativa propia ni por la del ministro. Lo sucedido es de una gravedad extrema porque denota que no tenemos personas capacitadas y valientes para combatir el facherío que cada día se apodera un poco más de nuestras vidas. Es la asignatura pendiente. Que no somos capaces de aprobar.