La noticia publicada recientemente de que una médico opositora se examinó en un hospital de Ourense nada más dar la luz, me hizo pensar en el mito de las mujeres multitarea. También me recordó con nostalgia a un tiempo en que, mientras daba de mamar a mi primera hija a las tres o cuatro de la madrugada, aprovechaba esos momentos perdidos (pensaba yo, ¡qué horror!) para repasar una asignatura de derecho civil de la que me examinaría una semana después. Sí, las mujeres somos capaces de hacer muchas cosas a la vez. Sobre todo, somos especialistas en mezclar el mundo laboral con el doméstico. ¿Quién no ha tenido a un bebé gateando bajo la mesa mientras atendía una videoconferencia o una llamada importante? ¿Quién no ha ido a una reunión y se ha dado cuenta, con bochorno inenarrable, de que tenía lamparones en la camisa porque se le había pasado la hora de dar el pecho?
Mientras escribo estas líneas estoy haciendo un arroz (bueno, el arroz se está cociendo solito en la cocina, eso no quiere decir que no me olvide de apagarlo). Además de cocinar y escribir, estoy haciendo lo siguiente: vigilar que el cachorro que ahora tenemos en casa no se coma los hilos de la fregona; imprimir unas copias para una clase que tengo esta tarde; contestar a dos cuentas de correo y al WhatsApp; coordinar los horarios de un viaje que tengo a la vista; estoy pendiente de que me llame mi hijo para ver si ha llegado a su destino; estoy con un pie en la calle porque falta leche y estoy esperando a que llegue el electricista porque tenemos una avería. Pero ¿acaso esto no lo puede hacer un hombre? Perfectamente. Un estudio reciente llevado a cabo por investigadores de la RWTH de Aquisgrán señala que el mito de la mujer multitarea carece de fundamento: 48 hombres e igual número de mujeres tuvieron que resolver cometidos relativamente simples, pero diferentes. Estos fueron asignados con rapidez uno detrás de otro o al mismo tiempo y, al final, los investigadores no pudieron corroborar ninguna diferencia entre ambos géneros.
Lo que sí que ocurre -y menos mal que esto empieza a cambiar- es que la que tradicionalmente está en casa es la mujer. La que da a luz y cuida a los hijos. La que visita a los mayores. La que cocina. La que se queda para abrir al electricista (el hombre siempre tiene una reunión importante a la que, si no asiste, se derrumbará literalmente la economía del país).
Con el tiempo, te das cuenta de que trabajar así no es ningún mérito del cerebro femenino, ni ninguna ventaja: trabajar así es una mierda. Aunque no me eximo de culpa. No sé si el problema está en que la vida nos exige de más, o en que nosotros exigimos de más a la vida. Más bien creo que lo segundo. «Es difícil estar al 100 %, pero me salió bien», dijo la opositora de Ourense al salir del examen. Y aquí yo también pongo punto final a este artículo. Huele a quemado y sospecho que pueda ser el arroz que se cuece en la cocina.