La convención itinerante del PP comenzó en Galicia, apadrinada por Rajoy y Feijoo, y concluyó en Valencia, con Rita Barberá en la memoria, Francisco Camps de cuerpo presente y Díaz Ayuso bendiciendo el cónclave. Fíjense en el simbolismo de esa ruta: desde la templanza gallega, cara al sol mediterráneo, hacia las cavernas de la ultraderecha. Cómo cambió el cuento con los años. En el pasado, el PP siempre viajaba hacia el centro, aunque, según la perspicaz observación de Alfonso Guerra, nunca acababa de llegar porque venía de muy lejos. Ahora, ya liberado de cobardías como le aconsejaba Abascal, abraza la España una, grande y libre, y se dispone a expulsar a los okupas de Vox. Populismos para qué, si ya tenemos al PePé.
Si se trataba de escenificar la nueva estrategia y la unidad en torno a Pablo Casado, la convención fue un éxito. Los escasos invitados de lustre estuvieron a la altura de las expectativas. Todos sintonizaron con el discurso-síntesis de Casado: neoliberal con matices -las empresas no renuncian a la ubre pública-, en lo económico; retrógrado, en lo social; y nacionalista y recentralizador, en lo territorial.
En este último punto, Aznar marcó la posición de partida. «España es una nación, no un Estado plurinacional, ni multinivel, ni la madre que los parió». Vidal-Quadras, recobrado para la causa, no se privó de censurar a los dirigentes del PP que consideran «un éxito» el Estado autonómico. Algunos aún estamos a la espera de una respuesta adecuada por parte del presidente Feijoo. Casado sí respondió por elevación: con una cerrada defensa de la Hispanidad, por el Imperio hacia Dios, aunque su máximo representante en la tierra sea un papa antiespañol.
Hubo ciertamente algunos deslices, como el de Vargas Llosa, pero no por lo que dijo -«lo importante no es que haya libertad, sino votar bien»-, sino porque no venía a cuento: las encuestas indican que la gente va a «votar bien» la próxima vez. O el de Paula Gómez de la Bárcena, al denunciar que había en la convención menos mujeres que en los consejos de administración del Ibex. Observación que inspiró la contundente respuesta de Casado: el PP abolirá todas las leyes feministas. Las feministas y las otras: todas las que aprobó la izquierda. La del aborto y la de eutanasia. La de memoria histórica y la de inmigración. La ley educativa y la reforma de las pensiones. No quedará títere rojo o rosado con cabeza.
Hubo, finalmente, dos errores no forzados. Errores de cálculo. El miércoles, Casado presentaba a Sarkozy como «un amigo de España» y «ejemplo de gestión», con quien compartía «principios y valores». El jueves, el ex presidente francés era condenado por corrupción. El domingo, envalentonado por el baño de multitudes, Casado afirmaba que «los españoles no recuperaremos el empleo hasta que el presidente [Sánchez] pierda el suyo». El lunes se conocían los datos de septiembre: la afiliación a la Seguridad Social ya supera el nivel prepandemia. Casi dan ganas de plagiar a la ministra Yolanda Díaz: «Señor Casado Blanco, le voy a dar un dato...».