Decía el gran humorista Groucho Marx que «la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedos equivocados». Y a veces uno tiene la sensación de que esto es lo que está ocurriendo ahora entre nosotros, con algunos políticos convertidos en verdaderos peritos de la nada.
Tendría que resucitar el gran Groucho para ver si lo de hoy resistiría su sátira implacable. Porque él nos dejó un mensaje irónico y corrosivo que quizá ya se tiene muy en cuenta en la sociedad y, en particular, en la política: «El secreto de la vida es la honestidad y el juego limpio: si puedes simular eso, lo has conseguido», dijo. ¡Y vaya si se está cumpliendo! Su acierto está a la vista, porque simular parece ser hoy el ejercicio clave en nuestra política. Por esto viene a cuento citarlo aquí y reavivar su recuerdo.
Porque el gran Groucho murió el 19 de agosto de 1977, pero nos dejó un prodigioso legado de películas, que, por cierto, han dejado de difundirse por los canales televisivos, como si las hubiesen olvidado. Sin embargo, Groucho Marx y sus inefables hermanos siguen siendo imborrables, quizá porque nadie mejor que ellos supo conectar con nosotros al convertir su humor absurdo en la mejor expresión de una realidad oscura que debía ser criticada desde su propio disparate.
Es cierto que Groucho murió hace 44 años y la versión más extendida sostiene que sobre su tumba puede leerse: «Disculpe que no me levante». La realidad, sin embargo, es que en su lápida solo está escrito su nombre, los años de su nacimiento y de su muerte, y una Estrella de David. El resto son elucubraciones para crédulos.
Por ello, cuando oigo desbarrar a algunos políticos sin el menor respeto por la ciudadanía, echo en falta su humor ágil e implacable, convencido de que, en su presencia, no osarían pronunciarse con tal impavidez. Porque Groucho no tenía piedad ni de sí mismo cuando se trataba de cuadrar un buen gag. Pero el tiempo no pasa en vano y su humor paradójico, irrazonable y absurdo, tampoco podía ser intemporal. Y un humor nuevo, distinto, menos disparatado, más dócil y simulador, se ha ido imponiendo. ¡Lástima!