Hace unos días, la líder del BNG, Ana Pontón, animaba a sus seguidores a «traballar cun sorriso nos beizos» para intentar, de ese modo, disputarle la hegemonía a un PP que ganó con amplísima ventaja las cuatro últimas elecciones autonómicas. Ya en el 2016, cuando el Bloque obtuvo 6 diputados, por 41 del PP, había recurrido Pontón a la imagen de votar a su partido «cun sorriso», ensayando así la que luego iba a ser su gran aportación al BNG: asumir que para llegar a quienes no votan nacionalista resulta más rentable la empatía que los insultos y las broncas, fórmula que habían practicado en el pasado Beiras y algunos otros predecesores de Pontón.
Pero, claro, la sonrisa y el cambio de talante tienen una capacidad limitada para alcanzar esa transversalidad electoral que la dirigente del BNG considera la llave para convertirse en primera fuerza, y desplazar, con el PSdeG de segundón, a Feijoo de la presidencia de la Xunta. Porque, más allá de la habilidad de Pontón en tal terreno, que yo reconozco sin reservas, lo cierto es que el BNG que dirige la militante de la UPG es política e ideológicamente el que ha sido desde siempre.
Lo demostró otra vez antes de ayer, cuando, tras el debate del estado de la autonomía, rechazó una propuesta de resolución que destacaba los logros de 40 años de sistema autonómico, condenaba la violencia para alcanzar objetivos políticos y afirmaba que «nada positivo para Galicia» podía suponer el independentismo. El Bloque alegó que la resolución, firmada por PP y el PSdeG, era una trampa, en lo que tenía razón probablemente. Pero en vez de eludirla, sus más asentados principios lo llevaron a caer en ella plenamente, al votar en contra de tres opiniones que comparten la inmensa mayoría de los gallegos a los que Pontón pretende acercarse, al parecer, por el curioso método de enfrentarse a sus ideas.
Negar los avances del sistema autonómico supone estar enganchado aun en el delirio de aquellas «bases constitucionais», aquel «parlamentiño de papel» y aquella «autonomía administrativa» que llevaron al nacionalismo a rechazar el Estatuto, como antes la Constitución y la Transición, mientras los partidos constitucionalistas construían la democracia y la España federal que ha colocado a Galicia donde jamás soñó siquiera situarse. Rechazar la violencia como método político sitúa al BNG en su tradicional cercanía histórica a los amigos de ETA (ahora bajo las siglas de EH-Bildu) y a la teoría del conflicto vasco-español que, según todos los nacionalistas, explicaba, cuando no justificaba, el terrorismo. E insistir en el independentismo es hacerlo en una salida política que en Galicia rechaza de forma radical la inmensa mayoría de la población, incluidos, por supuesto, muchos votantes actuales del Bloque de Pontón.
Un partido que, en lo esencial, sigue donde siempre, pues su único cambio sustancial ha sido asumir que debe ocultar un programa con el que jamás lograría el apoyo que necesita para ganar algún día las elecciones autonómicas.