Por estas fechas señaladas con una orla negra, cuando se conmemora en el mundo cristiano el Día de Difuntos, escribo todos los años desde el recuerdo de los que ya no están, para que el olvido no borre su memoria.
Es un día al año en el que el luto y el duelo debido hacen que el dolor de los seres queridos que se han ido a vivir al reino de la muerte emerja poderoso, deteniéndose en el rincón más nítido de los recuerdos. Es mi pequeño homenaje anual a los que han cruzado para siempre a la otra orilla del río de la vida.
He visitado diferentes cementerios llenos de vida, desde el parisino Pere Lachaise al de la Recoleta de Buenos Aires o el camposanto de Colón en La Habana, así como los entrañables cementerios urbanos convertidos en jardín de Alemania. Rindo pleitesía rezando un padrenuestro ante la tumba de Borges en Ginebra, y evoco tiempos que no he vivido paseando por el cementerio judío de Praga, y ejerzo el necroturismo visitando el cementerio de Luarca, el viejo cementerio de Mondoñedo donde descansa Cunqueiro o el coruñés de San Amaro, en el que ejerce de guía mi amigo Fiz de Cotobelo. Y no dejo de visitar la tumba de mis padres y la de mis abuelos en el huerto de cruces de la Altamira, en Viveiro.
Por eso sé, entre otras razones, que los cementerios son la patria de los muertos. Los crematorios son el purgatorio laico, y el cielo es el lugar en el que el viento aventa, esparce, las cenizas de los difuntos.
No sé en dónde ubicar el infierno contado por Dante en su Divina Comedia, quizás no exista o esté aquí, en la tierra que compartimos antes de morir.
Los muertos no tienen buena prensa, son evitables, carne de páginas de sucesos, habitantes de obituarios de urgencia, el respeto y la piedad son ya viejos y caducos principios. En México el día de los muertos es una fiesta entre el folklore y la antropología; y en Galicia, que siempre tuvo a la muerte como una fábula continua y aprendió que la cultura de los muertos es la cultura de la vida, sigue teniendo una vigencia que no debe perderse.
Y este es mi réquiem anual por nuestros fieles difuntos, un réquiem que ilustro musicalmente con los acordes que escribió Mozart en sus partituras solemnes de la misa de difuntos, para combatir la niebla del olvido que con demasiada frecuencia envuelve los recuerdos de nuestros queridos muertos, que ya descansan en la paz perpetua.