Hace unos días me tragué la presentación que Mark Zuckerberg, dueño de Facebook, Instagram y WhatsApp, hizo de su nueva propuesta, a la que llama Metaverso. Lo primero que me llamó la atención fue el nombre, él dice que hace referencia a lo que entiende por la realidad virtual del futuro, a un nuevo universo o una nueva versión de Internet donde ya no navegaremos por una pantalla sino que entraremos en ella. Ha habido mucho cachondeo en las redes sociales israelitas porque en hebreo meta significa muerto, y derivaban en que el nombre significaba «Facebook muerto»; pero el nombre es polisémico y sugiere la etimología de más allá (meta) y palabra (verso), más allá del verbo. Si la creación del mundo lo fue a partir de la palabra («lo primero fue el verbo»), se me antoja que Zuckerberg está jugando a ser dios al crear un nuevo mundo virtual.
En el Metaverso la experiencia es tridimensional y precisa de gafas y sonido para interactuar en esa realidad. La competición está ahora entre Zuckerberg y Apple, para ver quién consigue antes las gafas más livianas o las lentillas, que son el objetivo final.
En el Metaverso podemos hacer lo mismo que en el mundo real, y cuando digo todo, digo todo y mucho más. Se consigue el don de la ubicuidad en la medida en que, te calzas las gafas, quedas con quien quieras y te vas a donde quieras; la interacción es tridimensional, un holograma de uno mismo y del otro con el que puedes relacionarte como en el mundo real.
Me temo que el futuro va por ahí de manera imparable y no me da miedo, probablemente muchos no emigraremos al Metaverso pero sí pasaremos mucho tiempo en él.
A salvo de futuros virus y sin contaminar.