Hace 88 años, el 19 de noviembre de 1933, las mujeres españolas votaron por primera vez. En las Cortes de la República el voto femenino había sido aprobado con la boca pequeña: 34 % a favor, 26 % en contra, 40 % de abstención. Parecían trogloditas aquellos diputados que hablaban de la incapacidad de la mujer, la fácil manipulación de su voluntad o la conveniencia de retrasar la edad para ejercer ese derecho hasta la menopausia. Discrepaban entre sí tres diputadas: Clara Campoamor, Victoria Kent y Margarita Nelken. Sorprendía la coincidencia del voto favorable de derechas, izquierdas y nacionalistas, el voto en contra de republicanos y socialistas radicales, así como la ausencia significada de varios progresistas.
Todos creían que las mujeres serían más conservadoras cuando tocase votar. La dictadura truncó una secuencia que hubiese permitido comprobarlo empíricamente. Ya en democracia, la secularización de la vida cotidiana, la igualación del acceso a la educación y, sobre todo, la incorporación de la mujer al mercado de trabajo, con la consiguiente autonomía personal, incentivaron la participación femenina en los procesos políticos. No está demostrado que las mujeres voten a los partidos de izquierdas más que los hombres, debido a que sus condiciones laborales son peores que las de ellos. Sí está demostrado que las mujeres votan poco a la extrema derecha, que en otros países ha incorporado el feminismo como un elemento más de la identidad nacional frente a la inmigración, mientras que Vox plantea la lucha contra el feminismo como una cruzada para captar el voto reactivo del hombre tradicional.
Por estos lares, a la hora de votar pesa más la edad que el género. Obviamente, no es lo mismo el voto feminista que el voto femenino, como no es lo mismo el voto de la mujer que el voto a la mujer. Hoy en día es normal que una candidata pida el voto por su condición de mujer, como un signo de empoderamiento. A ningún líder se le ocurre pedir el voto por su condición de hombre; antes bien, alguno se declara feminista y, si hace falta, critica al patriarcado y defiende el lenguaje inclusivo, la política transversal de género y el eco-feminismo ante el cambio climático. Sin embargo, no parece que funcione lo de dividir al electorado en dos, mujeres y hombres, dando por hecho que la mitad defendida es un caladero de votos para quien la defiende. A ver si va a ser cierto eso de que tres mujeres, treinta pareceres.