Dos años después de que llegara al poder empuñando la espada flamígera y purificadora que todo lo iba a derogar, regenerar y modernizar, este Gobierno tiene ya un aroma a rendición, a renuncia o simplemente a estafa política. Algo que los más benévolos reducen a un baño de realidad para quienes irrumpieron como si fueran serafines inmaculados que además iban a disparar el progreso económico, pero que en 24 meses han claudicado y son ya profesionales de la versión más cínica de la política. La cosa era asaltar el cielo, pero la realidad los ha bajado a la tierra. Ahora se trata ya de ocupar el poder y retenerlo a toda costa, aunque haya que renunciar a las proclamas de desinfección de las instituciones y de progreso, y hasta pasar por el aro de los denostados burócratas de Bruselas.
Lo que para algunos empezó siendo el comienzo de un sueño de justicia social, igualdad, libertad y progresismo, es ya una pura pesadilla. Se acumulan hechos y datos que son un rosario de clavos en el ataúd de las promesas de aquel Ejecutivo que todo lo iba a mejorar. Los que prometían limpiarlo todo y erradicar las castas políticas y judiciales acaban repartiéndose como uno más los sillones del Tribunal Constitucional. Y ayer votaban disciplinadamente para situar en el alto tribunal a los aspirantes más politizados que haya habido nunca, porque colocar a los suyos ha acabado siendo más tentador que mantener el discurso de la pureza.
Prometieron que acabarían con la reforma laboral que comenzó Zapatero y culminó Rajoy, pero admiten ya que de aquello nada. No porque no quieran, sino porque no pueden. Garantizaban que mejorarían las pensiones, pero ahora sabemos que se habían comprometido con la Unión Europea a elevar el período de años de cálculo para poder recibirlas. Se aplaudieron a sí mismos por regresar de Bruselas con un carro de millones de euros que llegarían a España gratis total y servirían para mejorar las prestaciones sociales. Pero hoy comprobamos que aquello fue una claudicación ante lo que no era más que un rescate condicionado al cumplimiento de reformas durísimas que implicarán más recortes sociales, y cuyo acatamiento será vigilado cada mes por hombres de negro bajo amenaza de no entregar esos fondos.
Dijeron que subirían los impuestos a los ricos y los bajarían a los pobres, pero acaban haciendo pagar a todos por igual por utilizar carreteras que llevan décadas siendo gratuitas. Y todas sus delirantes previsiones de crecimiento económico son hundidas cada día por la UE, que no para de rebajarlas. Somos, en fin, los campeones del paro en Europa. Y en toda la OCDE en lo que afecta al desempleo juvenil. Somos líderes también en déficit y en deuda. Y, según confirmó ayer la Comisión Europea, seremos los últimos de la eurozona en salir de la crisis, mientras el resto arranca ya motores.
Este Gobierno sigue presumiendo de pureza, de cumplimiento de objetivos y de que España está «mejor». Pero los hechos y los datos desmienten todos sus sueños y sus promesas.