Pablo Casado le perseguirá durante un tiempo su intervención en el congreso del PP en Castilla-La Mancha el pasado domingo. Ante un auditorio entregado, el líder del primer partido de la oposición abordó la crisis energética que vive España. Y frivolizó. Dijo esta frase: «A las ocho de la tarde [...] no había posibilidad de que la solar emitiera porque era de noche». Lo que vino después fue un alboroto mayúsculo en las redes y un aluvión de memes. Se armó tal revuelo que, en un gesto poco habitual, Casado hizo una publicación matizando, contextualizando y remarcando que tiene propuestas serias en ese ámbito tan importante. Sirvió de poco para calmar el torrente de bromas y descalificaciones.
Casado intentaba imitar a su gran rival en el PP, Ayuso, una consumada maestra para reducir asuntos complejos a eslóganes y también a la hora de sacar provecho electoral de la ridiculización de su figura pública, como hizo en su día su mentora, Esperanza Aguirre.
Quería cortejar a ese sector de la ciudadanía que gusta de las ocurrencias, desconfía de los expertos y las opiniones autorizadas y enarbola con orgullo la bandera del antiintelectualismo. Un fenómeno viejo que se nutre, como escribió Isaac Asimov, de «la falsa idea de que la democracia consiste en que mi ignorancia es tan válida como tu conocimiento». Hacerse el parvo puede dar votos, pero ¿cuándo fue una virtud? Si los aspirantes a gobernantes se desprestigian a si mismos jugando al populismo, ¿quién se puede colar por esa puerta? ¿Un Donald Trump?