En pocas ocasiones, una anécdota puede llegar a alcanzar un significado tan profundo. Marcel Proust, autor de una de las obras literarias más influyentes del siglo XX, En busca del tiempo perdido, es conocido por curiosidades tales como que escribía en habitaciones forradas de corcho, aparecía con aspecto excéntrico en los salones de París o pasaba mucho tiempo en la cama. Se utiliza un formulario denominado cuestionario Proust y también se le recuerda por su magdalena, pastelito que se sigue produciendo, para regocijo de los turistas, en algún lugar de Francia.
Lo cierto es que este escritor —hombre que causó preocupaciones a su padre, ya que parecía no ser capaz de situarse en la vida—, es considerado uno de los genios de la literatura.
En el primero de los siete libros que componen su novela, Por el camino de Swann, aparece el episodio en el que el narrador describe sus vivencias al saborear un trozo de magdalena. Cuenta la experiencia como algo tan extraordinario que lo traslada lejos de allí. Unido al placer sensorial del gusto en este caso, sucedía algo que lo sobrepasaba. La propia alma se estaba mostrando con su poder de recordar lo que está en el tiempo, pero es intemporal y aparece de modo caprichoso e irrepetible: «Pido a mi alma un esfuerzo más, que me traiga otra vez la sensación fugitiva».
Proust nos está hablando de la memoria involuntaria, que, con su capacidad de libre asociación, nos lleva desde el presente, tal vez, a la eternidad, por su poder fugaz que logra un destello en el instante que pertenece a un tiempo puro, a una duración real y permanente ajena a las imposiciones cronológicas. Descubre que, en ocasiones, el alma se siente superada por sí misma, ya que no solo es ella la que busca, sino también es «el país oscuro por donde ha de buscar... que no puede servirse de su bagaje porque ha de crear».
¿Qué es el arte sino la posibilidad de trascender nuestra pequeñez y limitación humana para proyectarnos mucho más allá? Algo que logra el autor en este fragmento como expresión simbólica de lo que se narra y para lo que precisó cientos de páginas y la participación de más de doscientos personajes.
La magdalena es como un verso dentro del conjunto que sería un poema convertido en la monumental novela que va a cambiar para siempre a cualquier lector.
Maestro de escritores, despertador de vocaciones, Proust te entrega su varita como un prestidigitador para que te atrevas con tus propias indagaciones, ya que tú también cuentas con alma. Podemos recuperar la niñez, el pasado, el día de ayer, pero no cuando nosotros queramos, sino cuando lo desee el recuerdo (plagado de sensaciones fugitivas huyendo de nuestra voluntad si se persiguen), que se despereza a su antojo entre todas las imposiciones de las circunstancias.
Así, «...abrumado por el día triste que había pasado y la perspectiva de otro igual, me llevé a los labios una cucharada de té en la que había dejado reblandecer un trozo de magdalena».