No hay un solo motivo para decir basta. Es una tristeza inmensa que alguien se vaya por su propio pie, según ha trascendido de fuentes de la investigación. Siempre aparece una puerta que se abre si se pide ayuda. Verónica Forqué acababa de celebrar su cumpleaños, 66, el primer día de este mes.
Todos los que la conocieron hablan maravillas de ella. No es para nada ese personaje que se ha quedado en la mente de la gente joven que solo la ha visto a través de la audiencia millonaria de MasterChef Celebrity. No es esa mujer arrebatada y malhumorada que, de alguna forma, ha quedado en tantas cabezas tras su paso incierto por el programa concurso.
Tampoco nos queremos quedar con los récords. La única que ha ganado cuatro Goyas, como Carmen Maura. La única que se ha llevado dos Goyas como actriz en la misma gala, como Emma Suárez. Verónica Forqué llegó durante años a la gente con sus papeles en comedias porque tenía algo que la hacía transparente. Hija de un cineasta famoso que no quería que hiciera cine, estudió psicología sin licenciarse y lo que sí completó fue una carrera en los escenarios impresionante. Siempre clara, hace dos años reconocía pasar por una depresión de caballo. Hace nada decía que estaba cansada, que necesitaba reposo. Nunca se sabe cuándo una persona hace clic. Pascal decía que «la infelicidad del ser humano se basa solo en una cosa: que es incapaz de quedarse quieto en su habitación». Pero quién quiere una vida de celda. Verónica Forqué, aseguran todos los que la trataron, era de darse a los demás. No hay más que revisitar una de sus películas, esas que según ella interpretaba desde las entrañas, o de escuchar una entrevista con ella para entender que Verónica era alguien que necesitaba a los demás. «Salí de casa a los 21 años y siempre viví con alguien. Hasta los 59 años no supe lo que es la libertad». Somos nosotros y somos los demás. No somos un crucigrama del que sabemos las soluciones. Qué lástima que no se le cruzase esa frase de Cioran sobre que «el suicidio es un pensamiento que ayuda a vivir» en el sentido de que, por mucho que suframos, siempre hay que saber esperar, siempre podemos encontrar fuerzas donde parece que no las hay. Nos quedan dos estrenos pendientes de Verónica, dos películas con ella. A mil kilómetros de la Navidad, de Álvaro Fernández Armero, y Espejo, espejo, de Marc Crehuet.
Las colas serán inmensas.