Estados Unidos y China representan hoy una especie de bicefalia universal, en una confrontación en la que, por cierto, también juegan la Unión Europea, Rusia y algunos países capaces de encender la llama de conflictos que podrían degenerar en guerras mayores si las cosas se torciesen. La última noticia en este ámbito es el fortalecimiento de la alianza China-Rusia y el aumento de la tensión con Occidente.
China no se conforma con ser una de las principales potencias del mundo, y se afana en extender su dominio. Su estrategia ya no es la de Mao Zedong, que instauró la República Popular China en 1949 sobre tesis de Marx y Lenin, centrándose luego en el campesinado y creando brigadas de trabajo y granjas colectivas, a la vez que prohibía la agricultura tradicional y la propiedad privada.
Este fue el gran cambio que impuso Mao y que bautizó como «El Gran Salto Adelante», destinado a convertir a China en una superpotencia. Su política provocó una brutal insuficiencia alimentaria, y quizá más de treinta millones de personas murieron de hambre entre 1958 y 1962. Pero después, el maoísmo se reformuló con una vocación de expansión económica internacional. Algo que es hoy una realidad bien constatada. Porque, cuando EE.UU. reaccionó, China ya se había estado colando comercialmente, desde hace veinte años, en países de América Latina.
El presidente Biden, advertido del peligro, comenzó a reorientar su política exterior en Asia y el Pacífico, pero ya era tarde, porque las necesidades surgidas en la década de 1980 en América Latina habían obtenido mejores respuestas económicas y crediticias del Gobierno chino que de EE.UU. Hoy China es el mayor socio comercial de varios países latinoamericanos y el principal acreedor en la región. Pekín vende producto manufacturado y compra materias primas. EE.UU. ha tomado conciencia del problema y busca revertir la situación. Pero la noticia del acuerdo entre China y Rusia ha causado intranquilidad, en plena escalada de la tensión con EE.UU. Aún no se sabe en qué consiste ese «nuevo modelo de cooperación» ruso-chino, pero ya ha hecho saltar las alarmas occidentales, Unión Europea incluida.