El tren siempre llegó con retraso en Galicia. El primer acceso ferroviario con el exterior, la línea «del príncipe Alfonso» entre Madrid y A Coruña, se hizo esperar hasta 1883. El segundo, Zamora-Ourense, inaugurado por Franco en 1958, venía siendo reclamado desde el siglo anterior. El tercero, el tren de alta velocidad, entró ayer en la estación de Ourense: tres décadas después del AVE Madrid-Sevilla, dos décadas después de iniciadas las obras fijas-discontinuas. No pasa nada. Los gallegos, además de parapetarnos detrás de montañas infranqueables, somos gente paciente. Firmes defensores del que bien está lo que bien acaba, aunque lo que está bien ahora acabe en la generación de nuestros nietos.
Raquel Sánchez, la sexta de los ministros de Fomento que aspiran a una parte de la medalla, dijo ayer que la llegada del AVE «salda una deuda histórica con Galicia». Afirmación que, a mi juicio, solo merece un reproche: el uso del verbo saldar que, en buena ley lingüística, significa «pagar enteramente». Las deudas, cuando se pagan fuera de plazo, conllevan intereses de mora. Cada vez que se produce un retraso, la deuda se acrecienta. Me consta, además, que las autoridades ferroviarias lo saben. En mi último viaje en tren, el Alvia se retrasó y Renfe, motu proprio, anunció por altavoz que los viajeros teníamos derecho a una indemnización.
Ayer, retrasos al margen, fue un día histórico para Galicia. La llegada del AVE marca, en palabras de Feijoo, un antes y un después. Lo que está por ver es el alcance del cambio y su impacto sobre el desarrollo de la comunidad. La ministra considera que la rentabilidad del AVE está asegurada y que se superarán todas las expectativas. Renfe también lo cree: espera acaparar la mitad de los viajeros a Madrid (ocho de cada diez viajan actualmente en avión). La nota escéptica la pone un estudio del catedrático Germà Bel, autor de España, capital París: una línea de alta velocidad de 500 kilómetros requiere entre 8 y 10 millones de pasajeros desde el primer año para ofrecer rentabilidad social. Cifras estratosféricas para Galicia y para toda España. En el AVE Madrid-Barcelona viajan al año menos de cinco millones de personas. En todos los trenes españoles de alta velocidad, menos de 23 millones. Las cifras dan argumentos a los antiAVE. España tiene, después de China, la red de AVE más extensa del mundo: unos 3.300 kilómetros de longitud. Y España tiene la red de AVE más infrautilizada del mundo: 15 pasajeros por kilómetro, frente a los 50 de Francia, 83 de Alemania y 166 de Japón.
Con tales datos, hablar de rentabilidad parece una ensoñación. Más sensato o más realista, el exministro José Luis Ábalos afirmaba que el AVE gallego no puede medirse por su rentabilidad pura y dura. Se trata, por el contrario, de una infraestructura estratégica que vertebra y articula el territorio español. Un factor de equidad y de cohesión. Un valor difícilmente cuantificable en kilómetros y pasajeros, pero que debe contribuir al desarrollo armónico y acompasado de todos los pueblos de España.