A medida que avanzamos en este sinvivir desde que el virus llegado de Oriente irrumpió en nuestras vidas, vemos cómo los majaderos, dementes y negacionistas crecen como las setas en el monte y sus mensajes encuentran mayor eco. Parece como si el sentimiento colectivo de que o salimos todos o no salimos ha saltado por los aires, para dejar paso al sálvese quien pueda, porque de nada sirve lo que hicimos hasta ahora.
La situación que atravesamos es más compleja y preocupante de lo que pudiera parecer. Porque algunos nos quedamos con la sensación de que los cretinos están ganando terreno y cuentan con el inestimable apoyo de referentes y responsables sanitarios y con la apatía y negligencia de quienes lideran esta lucha.
Hace unas semanas hablábamos de esos irresponsables que tras el botellón se rebelaban contra las normas que los prohibían. Pero hoy tenemos que hacerlo no solo de los que llaman a saltarse las instrucciones, sino de médicos, insisto, médicos, que en el mejor de los casos incumplen las normas, como hicieron los de Leganés, Málaga y Compostela, que sepamos de momento; o lo que es peor, conforman la secta de negacionistas Médicos por la Verdad, que se expande por las redes sociales y grupos de mensajería. Hay numerosas plataformas que difunden miles de bulos y en las que se incluyen decenas de galenos del Sergas. Que ya es de traca.
Y a ello unimos a los miles de ciudadanos que protestan en las calles contra «la dictadura sanitaria» y también a los que teóricamente dirigen el país. Desde quien cree que la salud es tener libertad para tomarse una caña a los que empiezan a adoptar soluciones, o no, cuando vamos a sentarnos a la mesa en Nochebuena. El disparate se completa con esa firma de elaborados cárnicos que nos martillea la cabeza con un anuncio que invita a «superar los miedos y vivir cada día como solo nosotros sabemos hacerlo». Es decir, volviendo a la vida que perdimos y olvidándonos de precauciones y medidas.
De no poner remedio a este delirio que nos azota, podemos acabar derrotados por los descerebrados. Porque, reconozcámoslo, nos están ganando. Y eso es una tragedia de la que todos somos cómplices. Por desidia.