En ese tren que marca «un antes y un después», al decir del presidente Feijoo, faltaban al menos tres personas. Faltaba Nadia Calviño, que, siendo gallega, le dio el protagonismo fotográfico a Yolanda Díaz. Faltó José Luis Ábalos, que fue tan ministro de Fomento como José Blanco y Ana Pastor, pero cesó con menos agradecimientos por los servicios prestados. Y faltó uno de los personajes anunciados, que era el presidente de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco. A este hombre no se le ocurrió otra cosa en día tan señalado que echar a Ciudadanos del Gobierno, disolver las Cortes regionales y convocar elecciones autonómicas para el 13 de febrero. Tres minutos antes de que Mañueco comunicara esa decisión, el periodista Carlos Alsina entrevistaba a Carlos Igea como vicepresidente del Gobierno regional. Un minuto después, Alsina volvía a llamar a Igea, pero ya para tratarlo como «ex vicepresidente». En ese cortísimo plazo de tiempo se fraguó la tragedia.
Para el inmediato «después» del que hablaba Núñez Feijoo quedaba una duda: qué llevó a Fernández Mañueco a precipitar así el final de la legislatura. Hay dos explicaciones. Una, que Mañueco tenía información de contactos de Ciudadanos con el Partido Socialista y Podemos, que podrían desembocar en una moción de censura o en un rechazo de los Presupuestos que se empezarían a discutir mañana. Su golpe, por tanto, es preventivo: trató de evitar una derrota que, si los contactos PSOE-Ciudadanos fueran ciertos, podría terminar por derrotarlo políticamente y por echarlo del Gobierno. La otra explicación es que el mismo presidente Mañueco tenía alguna encuesta que le garantizaba mayoría suficiente sin necesidad de coaligarse y decidió lanzarse a las urnas para aprovechar el viento a favor.
Las dos hipótesis son igualmente posibles, pero con dos diferencias: si se convocaron elecciones regionales porque Mañueco conocía acercamientos voluptuosos entre el PSOE y Ciudadanos, este último partido ha dejado de ser fiable, porque ya van dos traiciones, Murcia y Castilla y León. Si se convocaron porque Fernández Mañueco entiende que ahora está en condiciones de ganar, estamos ante un oportunismo descarado y escandaloso que confirma la opinión popular: los políticos actuales —también los anteriores— se preocupan más de los beneficios de estar en el poder que de los intereses generales, aunque a veces coincidan.
Lo más triste del episodio es que, con el cese del Gobierno, cesa también la consejera de Sanidad y se supone que todo su equipo. El momento no puede ser más inoportuno. Con una pandemia de rapidísimos contagios y con riesgo de desbordar los hospitales, dejar vacante la consejería de Sanidad parece una temeridad. Como es una temeridad abrir ahora, con todo lo que tenemos encima, un precipitado ciclo electoral.