El Ministerio de Consumo ha puesto en marcha una campaña polémica para eliminar los estereotipos de género de los juguetes, pero ¿existen?
El ministerio considera que deberían desaparecer los juguetes de niños y los juguetes de niñas y, por tanto, los estereotipos de género y ha editado una guía para elegirlos sin caer en la tentación del sexismo. La regla básica: si un juguete no es apto para ambos géneros, es sexista. La polémica está servida.
Educar para que nuestros hijos sean también ciudadanos críticos
Más allá de la polémica suscitada por unos y por otros, convirtiendo la cuestión en la enésima arma arrojadiza de los unos contra los otros, lo cierto es que este asunto es un tema que viene de lejos.
Si repasamos la historia y la evolución de nuestra sociedad en los últimos años, pongamos en el último siglo, encontramos escenarios y situaciones que sirvieron y sirven de marco especulativo para todo o para casi todo. Nada tenemos que ver las mujeres de hoy en día con las que fueron nuestras abuelas e incluso nuestras madres. Por el camino, además de años, han caído modas, gobiernos, tabúes…
Hemos pasado en un suspiro, o quizás en algo más, de una sociedad analógica bien marcada en estamentos y clases, a una liquidez digital que dinamita cualquier dogma o argumento que en otros tiempos estuvieron bien consolidados y aferrados incluso culturalmente. Y digo bien, porque precisamente en la cultura y en la educación radican para la mayor parte de las cosas y de los casos los cambios de aquello que parecía estar llamado a la permanencia.
La natural evolución de las cosas y de la sociedad nos debe hacer reflexionar.
Detenerse para desde el presente observar el pasado y pensarlo en los mismos términos en los que se creó, de lo contrario, pocas cosas se salvarían de una quema inmediata. ¿Acaso te pondrías de nuevo el corsé que ahogaba a las mujeres de principios de siglo?
Ya sabemos que no y que lo que se cuestionó en su momento, y que por eso se cambió, ha supuesto al final y para todos una mejora. Los principios revolucionarios sobre los que se asienta cualquier cambio social siempre tienen orígenes convulsos. Y así ha venido ocurriendo con muchas cuestiones, algunas de ellas sujetas al amparo de normas e incluso de leyes que garantizaban de algún modo su continuidad. Pero… También puede ocurrir lo contrario: que una ley, una norma, venga a iniciar o a acelerar un proceso que ya no ha lugar frenar y sobre el cual hay un consenso amplio.
Es cierto, por otra parte, que si queremos ser individuos críticos y construir sociedades con criterio, establecer normas que ordenen nuestros comportamientos puede parecer un sistema que deja poco margen a la libertad, un valor que es la madre o la hija, según se mire, de la crítica. Todo depende de quién lo haga y cómo se haga. La clave es precisamente partir de la existencia de ese consenso y de que el fin que se persigue es de un beneficio e interés común que no admite duda.
Quiero pensar que estamos construyendo esa sociedad madura, llena de ciudadanos con criterio, que ponen el esfuerzo y dedicación necesarios en materia de educación y cultura para conseguir que nuestros hijos sean también ciudadanos críticos, que se conozcan, que se quieran, que sepan y quieran elegir. De nosotros también depende que puedan elegir en libertad y, a menudo, en la liquidez y volatilidad de nuestro mundo, regularizar las cosas se convierte en la única garantía de que las cosas sean y sucedan bien. Y ya de ellos dependerá si este año eligen entretenerse en rosa, azul, violeta o multicolor.
Legislar sobre el deseo: juguetes y diferencia sexual
E l ministro de Consumo, Alberto Garzón, eligió el lema Jugar no tiene género para la campaña que pretende combatir los prejuicios sexistas en el juego de los niños y de las niñas. Quiere promover así «unos juguetes libres de estereotipos que permitan que la infancia se divierta con total libertad». Tal vez el ministro parta de un error bastante común en la actualidad. Es el error de confundir diferencia y desigualdad. La desigualdad entre hombres y mujeres, por motivos de género, debe ser combatida. Pero la diferencia es cuestión de deseo, y los deseos son irrenunciables.
Resulta llamativo que se puedan defender al mismo tiempo los derechos de los niños y de las niñas trans a identificarse (independientemente de su sexo biológico) con una posición femenina o viril y, al mismo tiempo, intentar eliminar la diferencia sexual en los juguetes y en los juegos. Al hilo de esto, no sé si el ministro sabe que actualmente, en la época histórica de mayor adhesión social al discurso feminista, las demandas de transición transgénero mayoritarias, en los niños y adolescentes, son para realizar la transición al género masculino.
El señor Garzón posiblemente también desconoce que los niños y las niñas ensayan la construcción de la identidad y de la diferencia sexual mediante el juego. El juguete, sea cual sea, es solo un instrumento. Su uso lo decide el niño.
Los psicoanalistas sabemos bien que la biología no es el destino. Pero también sabemos que un niño no es una niña, y que una niña no es un niño. La identidad sexual no es una cuestión biológica. Es una cuestión de deseo. Intentar legislar o regular el deseo, aunque se haga supuestamente en base a las mejores intenciones, solo puede conducir a una deriva autoritaria. En realidad, por mucho que lo pretenda el señor Garzón, no existen los juguetes unisex. El juguete supuestamente más neutro (por ejemplo, una bicicleta) no lo es. El uso de un juguete nunca es independiente de la identificación sexual.
El señor Garzón no debería pretender decidir qué fantasías y sueños de los niños y de las niñas son aceptables. Esto, además de que resulta éticamente cuestionable, sencillamente es imposible. Para su tranquilidad, le diré que todos aquellos que tienen experiencia en el juego terapéutico con niños saben que tanto a los niños como a las niñas les encantan las cocinitas. Y que las niñas no creen en los superhéroes.
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