Si a alguno, mientras esperaba el resultado del test de antígenos el día de Nochebuena, le quedó tiempo de ver el discurso del rey se habrá dado cuenta de que al menos el ambiente navideño estaba mejor logrado esta vez. La decoración fue menos pomposa este año, con un espacio más diáfano, más modernito dentro del canon, y con guiños a la vanguardia que da siempre el arte. Un cuadro de la argentina Sarah Grilo y otro del catalán Albert Ràfols-Casamada ampararon a Felipe VI que, rodeado de fotos de la reina y sus hijas, se dejó llevar por guiños más entrañables. Su mención a La Palma y a los servicios públicos sumaron con acierto, así como cierta relajación, aunque para mí gusto fue excesivo en los gestos, como ese que llevó su mano directa al corazón. En cualquier caso, por mucha chapa y pintura que se le dé y por mucho empeño que sus asesores le pongan a las palabras justas, el discurso del rey aburre a un santo. Y así lo ha sabido anotar la audiencia que este año, con relación al pasado, ha disminuido considerablemente: casi tres millones menos de personas que en el 2020, y algunos analistas hablan incluso de cuatro, si se tiene en cuenta las diferencias de la audiencia global. Pero por si el dato interesa, que interesa, a Felipe VI lo vieron sobre todo los mayores de 45 años. Por debajo de esa franja, hay que ahondar mucho, mucho, para que los jóvenes sigan hoy en día el discurso del rey.