La inmensa tragedia del coronavirus ha tenido un efecto inevitable: su evolución ha ocupado la mayor parte de la agenda política española. Las sucesivas olas de contagios, el altísimo número de fallecidos, las cifras pavorosas de enfermos e infectados, las medidas adoptadas por los gobiernos regionales —y las no adoptadas por el Gobierno nacional— en la lucha contra el covid han centrado toda la actualidad y situado en segundo plano asuntos que en otras circunstancias ocuparían todas las portadas de la prensa y abrirían todos los informativos radiofónicos o televisivos.
Del mismo modo que combatir la pandemia ha exigido un titánico esfuerzo sanitario y ha restado preciosos medios para hacer frente a otras patologías, esa lucha ha detraído de la información y la política recursos que en una situación de normalidad se hubieran dedicado a otros fines. Las quejas al respecto están de más: no podía haber sucedido de otro modo y así ha sido.
Pero, si confirmando el juicio de los profesionales más optimistas, la variante ómicron se convirtiese en el principio del fin de la pandemia (¡crucemos los dedos!) volverán en 2022 las oscuras golondrinas de la política a establecerse en otros nidos. ¿Cuáles? En España, dos, sin ningún género de dudas: de un lado, el debate sobre la economía, es decir, sobre el uso de los fondos europeos, los efectos reales de la reforma del mercado laboral (pues, como los de las leyes electorales, aquellos son imprevisibles), las medidas para contener el IPC y, en general, la marcha económica que ni va tan bien como afirma obnubilado el Gobierno ni tan rematadamente mal como sostiene la oposición, más crítica cuanto más radical.
El segundo elemento que recuperaremos en toda su crudeza será, por supuesto, la lucha electoral, siempre presente en nuestra vida política: las elecciones regionales de Castilla y León abren un calendario que seguirá con las regionales andaluzas y, ya en 2023, si no hay antes generales, con las municipales y autonómicas.
Y así, con el país sufriendo los efectos de una situación que el Gobierno se niega a reconocer (subida generalizada de los precios, bajada real de los salarios, persistencia de un desempleo inadmisible, arbitrariedad en la aplicación de las ayudas europeas, falta de coordinación en el Gobierno, populismo legislativo en ámbitos como la vivienda o la fiscalidad) y a la que la oposición se niega a dar más alternativa que la censura sin matices entraremos en una batalla electoral de todos contra todos que podría convertir en jauja la dura confrontación vivida hasta ahora.
Paradójicamente, la hora de las elecciones, que es la hora de la verdad, es también la de mentiras como puños. Ya lo decía el canciller Otto von Bismarck: «Nunca se miente más que después de una cacería, después de una guerra y antes de unas elecciones». Ojalá se acabe, claro, la pandemia: pero esto, me temo, es lo que la seguirá. Sea como fuere, y a pesar de todos los pesares, feliz año para todos. Que lo disfruten.