El «vuelve a casa, vuelve» se ha convertido en un adiós, se han ido los hijos y los nietos, padres y abuelos se han vuelto a quedar solos clausurado el tiempo de Epifanía. Sus majestades los mágicos reyes orientales a los que guio una estrella que surcaba los cielos, Melchor, Gaspar y Baltasar, regresaron a sus lejanos cuarteles de invierno tras realizar sus correspondientes PCR y dar negativo tras las tres vacunas.
El nuevo año ya hace días que llegó por el camino de la mar, como gustaba referir don Álvaro Cunqueiro, y cierta soledad más o menos ruidosa ocupó las plazas al sonar las doce campanadas que proclamaban la llegada del nuevo año,
El viejo de rojo que frecuenta las chimeneas del universo Coca-Cola la noche de Navidad tuvo problemas porque olvidó el pasaporte covid y porfiaba Santa Claus que era inmune al virus pandémico.
Han dejado de beber por este año los peces en el río, y la zambomba es un instrumento de percusión más antropológico que sonoro, mientras que el pequeño tamborilero ha regresado al país tierno de los villancicos.
La Marcha Radetzky no volverá a programarse en ninguna sala de conciertos hasta que transcurra un año entero.
Y a mediados de febrero nos volveremos a preguntar, como cada año, qué hacemos con el turrón sobrante, mientras averiguamos si los polvorones tienen fecha de caducidad.
Estas Navidades ya comienzan a ser historia. Han sido aparentemente alegres. Se han alejado del viejo espíritu, de la canción de Navidad, de las historias del viejo Dickens que nos hacían recordar que en días como estos y en el lejano Belén nació un Niño que cambiaría la historia del hombre.
Hoy la reflexión del día después nace en el corazón de una orgía de consumo en un país de elfos, de gnomos del bosque, de apalpadores bloqueiros, de olentzeros vascos de Bildu, mientras que en los pesebres catalanes, en sus nacimientos independentistas, no puede faltar un caganer.
La blanca Navidad se ha concentrado en una canción de Mariah Carey, que desterró al himno vienés que anunciaba paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.
Hoy ya es el día después, se desmontan los abetos luminosos, Abel Caballero apagará dentro de unos días Vigo, que ya no podrá verse desde la estación espacial, y un adiós orlado de una infinita tristeza anuncia que ya se ha terminado todo esto.
Casi dos meses han durado las segundas Navidades en tiempos de pandemia, pero en esta ocasión, pese a todo, a deltas y ómicrones, hemos podido salvarlas.