Es muy posible que tantos años, más de treinta, con asistente, jefe de gabinete, chófer y una cámara pendiente de ti y de tus palabras generen cierta querencia al protagonismo. Es muy posible que sea bien complicado dejar la primera línea y asumir que de uno ya no se van a acordar, que igual hoy el móvil no suena (o peor, que ya no te lo cogen) porque esto, todo en general, va muy rápido. Es muy posible que el vértigo de verse orillado haga que uno se ponga delante del folio y prepare sus memorias aseadas, dando algo de ruido y titulares en su presentación, para luego convertirse en saldo en las librerías. Y es muy posible que uno quiera que vuelvan a hablar de él, aunque sea convertido en un guiñol.
José Bono Martínez, político con asiento oficial entre 1983 y 2011, no ha encontrado nada mejor que hacer que desempolvar unos cientos de documentos privados para que a uno le hagan caso, aunque sea a costa de violentar la intimidad en la que se produjeron esas comunicaciones. Mejor quedar mal que quedar en el olvido. Lo último han sido unos chascarrillos de Pedro Sánchez en el 2010. «Todos tenemos mucho que aprender de ti. Yo el primero», cuenta que le escribió el hoy presidente. Un minuto de gloria para el tertuliano que quiso ser niño en el bautizo y novia en la boda.
Cuesta irse, sea por la puerta grande o por la de atrás. Ser jarrón, sillón, uno del montón. Por suerte, sobran ejemplos en el deporte, en la política, en la medicina... de quien ha sabido dar un paso al lado porque vienen otros, seguramente, ay, mejores que nosotros.