Con el reparto de los fondos europeos ocurre como con el de cualquier otro tipo de ayuda. Que nadie queda satisfecho. Pasa con las que conceden gobiernos autonómicos, diputaciones, ayuntamientos y hasta las de los gremios de veraneantes. Siempre hay quien se siente perjudicado y menospreciado, por muy insignificante que sea la cantidad a repartir. Las páginas de los periódicos están repletas de quejas por una distribución desigual y caprichosa.
Por eso a nadie puede extrañar la trifulca surgida en torno al reparto de los fondos europeos cuando están en juego 140.000 millones de euros. Trifulca en España, porque en el resto de Europa no tenemos noticias de un enfrentamiento similar. Recordemos que ya el Gobierno logró salvar el decreto gracias a la abstención del facherío. Y esto después de que Casado y los suyos recorrieran el continente narrando las maldades de España y la conveniencia de que los fondos se quedaran donde estaban.
No hacía falta ser una lumbrera para adivinar la que se iba a liar porque, en un país en el que se recurren hasta leyes que aún no fueron tramitadas, es fácil comprender que estamos en la fase en la que todo sirve para destrozar al adversario. Y como el dinero comenzó a llegar, Europa felicitó a España por su gestión y todo son alabanzas, pues la solución es recurrir a la justicia. Una vez más. Ya se ha convertido en una práctica habitual, pese a que el Supremo ya les recriminó que «los jueces no estamos para gobernar», y no es «el lugar adecuado para dirimir controversias suscitadas en la defensa de intereses de carácter político».
Las denuncias ante los tribunales por un reparto «arbitrario» y «discriminatorio» no se plantean para lograr más ayudas, digan lo que digan. Se hace porque los fondos europeos son una bicoca. Un chollo, que se dice. Que sirven para que un mal gobernante tape con millones sus incapacidades y desatinos en la gestión, después de haber derrochado lo indecible. Y algo más importante, que pueden ayudar a Pedro Sánchez a recuperar el maltratado PIB y a reparar la maltrecha economía y eso, evidentemente, pone de los nervios a Pablo Casado y su muchachada. Ese es el auténtico fondo de los fondos. La batalla política. No hay otro.