Un necesario paso atrás en las ínfulas bélicas

José Julio Fernández DIRECTOR DEL CENTRO DE ESTUDIOS DE SEGURIDAD DE LA USC

OPINIÓN

María Pedreda

25 ene 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Estábamos convencidos, hace varias semanas, cuando empezó a incrementarse la tensión entre Rusia y Ucrania, de que todo respondía a una mera estrategia de presión recíproca entendible en términos geopolíticos. Pero han pasado los días y los tambores de guerra han incrementado su resonancia en todo el este europeo. En parte con sorpresa, pues ha habido esfuerzos diplomáticos en varios niveles para desescalar la tensión, aunque de momento, por lo visto, ineficaces.

Echemos un vistazo al pasado inmediato: con la caída del muro de Berlín en 1989, y el consiguiente desmantelamiento del bloque soviético, se conforma un nuevo panorama estratégico muy diferente al de la superada Guerra Fría. En él tiene lugar un relevante acercamiento entre la OTAN y Rusia, que se ve aliada del mundo occidental. Así también lo consideramos los europeos, deseosos de abrir nuevas etapas de reconciliación. Pero los halcones norteamericanos, en el parteaguas del cambio de siglo, entendieron que para sus intereses no era buena opción. Y los desencuentros comenzaron. La OTAN se amplió hasta las propias fronteras rusas e integró a varios miembros del antiguo Pacto de Varsovia. El nacionalismo ruso se retroalimentó y convirtió en utopía el acercamiento de los años anteriores. Sin duda, en ese momento, desde Occidente no fuimos generosos con Moscú.

Con el avance del siglo XXI se precipitan los riesgos y amenazas de la seguridad global, en un largo etcétera de conflictos asimétricos e híbridos que no es preciso recordar ahora. De manera progresiva, Rusia se sitúa en el conjunto contrario, con China, Irán, Bielorrusia, Venezuela o Cuba. La tensión crece, aunque en todo momento bajo cierto control (como en Siria, con Turquía incluso mediando).

Las incomprensiones mutuas no alivian la tensión. Moscú se revuelve, quiere volver a ser gran potencia y revertir a los ojos de la historia su derrota fáctica en la Guerra Fría. La inmediatez territorial de una OTAN envalentonada (pese al ridículo afgano) se convierte, en la línea oficial de Putin, en algo que debe cambiar. Ahí vienen las exigencias de que Ucrania y Georgia no se integren nunca en la Alianza Atlántica, lo que jurídicamente es absurdo, por afectar a la soberanía de ambos estados, pero que tiene sentido desde la nueva realpolitik que impera. Se acumulan tropas para presionar y obtener garantías. Surge, así, el riesgo de un mal cálculo, un pequeño choque circunstancial que precipite, sin querer, los acontecimientos y genere un conflicto armado. Un riesgo real y actual.

No es razonable. La sociedad europea del siglo XXI debe rechazar de plano la guerra, como principio y como fin, o como continuación de la política. Debemos exigir de manera firme a nuestros gobiernos que den un paso atrás en sus ínfulas bélicas, dejar claro que el interés estratégico europeo no es necesariamente el de los Estados Unidos y que cambiando el lenguaje y las formas podremos recuperar a Rusia para la senda del entendimiento. Para España eso es clarísimo: nuestros puntos calientes no están en el Este, sino en el Sahel, en el norte de África o en el Estrecho. Nos falta visión, pero sobre todo a nuestros dirigentes, sin capacidad crítica real, alienados por el titular del día siguiente, o por el próximo tuit, sin hacer análisis proactivos y de conjunto, tampoco en escalas internacionales.