Creo que las casualidades, como las meigas, «habelas hailas», pero cuando se trata de política y de posición estratégica internacional es mucho más factible la causalidad que la casualidad. El despliegue de más de 100.000 efectivos en la frontera occidental de la Federación Rusa y los informes de inteligencia sobre la intención de este país de invadir Ucrania han abierto la caja de Pandora. Dado que, hasta hace poco más de un mes, el número de soldados rusos estacionados de manera permanente era de 35.000, el incremento, sin duda, es altamente preocupante.
Mientras el presidente ucraniano Zelenski intenta calmar a su población asegurando que la estabilidad económica está garantizada, se suceden las reuniones delatando la inquietud que se siente en las altas esferas políticas. Si el encuentro bilateral entre el norteamericano Blinken y el ruso Lavrov no supuso ningún avance, la pasada semana Macron y Johnson decidieron reforzar la hasta ahora testimonial participación europea alentando los encuentros con ucranianos y rusos.
Rusia sostiene que no tienen intención de invadir Ucrania, pero el volumen de tropas desplegadas y su petición de que los países del este de Europa abandonen la OTAN —algo que estos estados, todavía con el recuerdo sobre la opresión soviética muy vívido, no desean— alertan de lo contrario.
La pregunta es: ¿por qué Rusia actúa así ahora cuando la guerra en Ucrania se inició en el 2014 y los países de Europa oriental llevan años en la OTAN? ¿Qué es lo que les ha hecho sentirse tan amenazados? Quizás la respuesta se encuentre en la retirada precipitada de todos los efectivos norteamericanos de Afganistán en agosto pasado.
Dada la envergadura del ejército norteamericano y su industria armamentística, parece evidente que es necesario propiciar una guerra para darles salida. Con Oriente Medio en punto muerto, Ucrania parece un interesante punto caliente para un conflicto de envergadura. Si además tenemos en cuenta la subida inexplicable de los combustibles, dado que no hay desabastecimiento, el factor económico de algunas multinacionales y el descontento político ruso parecen el caldo perfecto para una guerra que solo ellos desean.