Aida, Olaia y Sabela son un ciclón. En menos de cinco años se consolidaron como grandes figuras de la música gallega y lo más importante: como sus últimas renovadoras. Sus actuaciones y sus discos tienen la rara virtud de emocionar. Combinan con brillantez la dulzura melódica y el jolgorio de sus panderetas como un sonido telúrico que levanta pasiones. Su concierto con la Real Filharmonía de Galicia en la Plaza de la Quintana de Santiago, que se puede ver en YouTube, tiene la calidad de los grandes recitales en los templos de la música. Son las Tanxugueiras.
Ahora, gracias a la polémica suscitada por la elección de la representante de España para el Festival de Eurovisión, se han convertido en un fenómeno social y objeto de un debate que va mucho más allá de la música, con tal fuerza que ha inundado las redes sociales y ha quitado el primer plano a las grandes cuestiones del momento, empezando por la crisis de Ucrania. Es que la opinión popular denuncia que les han robado el Micrófono de Bronce y la representación eurovisiva por intereses industriales. Es que, si eso fue cierto, podríamos estar ante un episodio de corrupción que debiera ser investigado. Y es que el jurado de Benidorm hizo el papel que hizo el franquismo con Serrat en 1968 al prohibirle competir en un concurso de dimensión europea con un idioma no castellano.
Si antes fue el catalán, el idioma es ahora el gallego. Posiblemente en ningún momento de la historia nuestra lengua se encontró ante una oportunidad de difusión tan masiva. Era, por lo tanto, una oportunidad histórica y es lícito deducir que así lo entendieron los votantes del público que las proclamaron ganadoras y solo el voto técnico, presumiblemente especializado, pero profundamente equivocado, se la negó. Optó por criterios antiguos y tópicos, que son los que llevaron al fracaso de todos los artistas españoles en los festivales de Eurovisión de los últimos 54 años, que se dice pronto. Hay sectores, en este caso no políticos, sino de la industria, que tienen miedo a lo que signifique renovación o cambio. Hay, en fin, sectores que se resisten a hacer normal en el arte o en el espectáculo lo que es normal en la convivencia de lenguas en la realidad cívica española.
Y deseo añadir una duda: ese movimiento de simpatía hacia Tanxugueiras, ¿es también un movimiento de simpatía hacia el idioma gallego o es solamente un reconocimiento hacia la calidad o la singularidad de su música? Creo que ambas cosas son inseparables. Si nuestra lengua suscitase rechazo social, no tendría tantos votos, y además de forma repetida en la semifinal y en la final. Y eso quiere decir mucho. Dejadme discutir, aunque sea por un día, que sea cierta la decadencia del gallego, como dicen los informes pesimistas. Dejadme soñar, al menos, con que el episodio Tanxugueiras está siendo un empuje que alienta su vitalidad.