La denominada República de Transnistria está en Europa, aunque pocos lo sepan. No es un Estado reconocido por la comunidad internacional, porque en realidad se trata de una región separatista prorrusa de Moldavia, que limita con Ucrania. Se podría decir que es —o quiere ser— un enclave ruso en Europa. Una enrevesada historia.
Transnistria se llama oficialmente República Moldava del Dniéster (o Pridnestrovia) y está situada en la parte oriental de Moldavia, pero no ha sido reconocida por ningún Estado miembro de la ONU. Sin embargo, sus ciudadanos pueden disponer hasta de tres pasaportes: uno ruso, otro moldavo y un tercero de Transnistria. Y muchos tienen los tres, porque cada uno tiene sus ventajas. Así conviven eurófilos, rusófilos y el resto, sin que ello signifique una particular adscripción.
En la práctica electoral, y a la vista de los resultados, se diría que son más los europeístas, pero no en todas las zonas de Transnistria, como se vio en las elecciones del 2020. Con Rusia en la frontera y con EE.UU. a favor de la «completa integración de Transnistria en el seno de la República de Moldavia», todo sigue en una gran tensión.
Escribo esto para tratar de ilustrar (también a mí mismo) sobre el conflicto entre EE.UU. y Rusia por sus intereses en Ucrania y su entorno. Un conflicto en el que todos quieren asegurar sus intereses y condicionar los del adversario. Así, Rusia no admite una integración de Ucrania en la OTAN, y EE.UU. amenaza con que, si Rusia agrede a Ucrania, ellos tomarán cartas en el asunto. Las conversaciones han empezado y pronto veremos si se abre un camino de entendimiento, como sería deseable.
¿Y qué pasará con Transnistria? Ni se sabe. Porque ese espacio pertenece a Moldavia, pero se declara prorruso. Un enredo que aún puede enredarse más, o que, en el mejor de los casos, podría encauzarse en una negociación satisfactoria entre todos. No obstante, la situación en Moldavia seguirá siendo compleja y de muy difícil solución, pero los moldavos ya parecen acostumbrados a ella.
El problema gordo está entre EE.UU. y Rusia. Un pulso más en el que la diplomacia y el sentido común deberían servir para forjar acuerdos sólidos entre los países concernidos (incluidos los de la UE). De no ser así, nos encontraremos en otra prolongación de la Guerra Fría en un ambiente embravecido. Quizá porque, como dijo en su día Oscar Wilde, «todo es siempre posible, menos que Rusia cambie».