Tropecé ayer con una web que ofrecía plantillas para decir que no en diversas circunstancias: no a participar en un proyecto, en una reunión o en un acto. No a alguien que te pide dinero o que le pongas en contacto con otra persona o que contrates a su hijo. Recogía desde la respuesta escueta de Bill Gates a un tipo algo pesado («Déjanos en paz») hasta las que recomiendan diversos consultores para declinar invitaciones variadas y casi siempre onerosas. La página incluye un botón al pie de cada plantilla para que el lector pueda añadirla a su aplicación de correo. Tentado estuve de añadirlas todas.
Si nos preguntamos por qué aceptamos propuestas que nos disgustan, quizá encontremos explicaciones humillantes: peligrosas compasiones, debilidad de carácter, miedo a quedar mal y otras formas de la vanidad, ambición desproporcionada que nos obliga a querer estar en todas partes, codicia o ingenuidad. Y también algunas más positivas: ganas de ayudar, cariño, gratitud, miedo a dar mal ejemplo. La gente fuerte dice no a lo que le hace daño, a lo que le impide mejorar, a lo que le obliga a perder el tiempo, a lo injusto, a lo que compromete el futuro de las personas que ama. Cuántos y cuántas cambiarían de trabajo, por ejemplo, si no tuvieran familia. Cuántos y cuántas dejan el que tienen por otro menos gratificante pero compatible con atender a los suyos o mejor remunerado.
El no puede doler cuando se pronuncia. Quizá mucho. Pero transforma a menudo ese dolor en grandes cantidades de paz, de serenidad, de alegría y de afecto. Especialmente, cuando significa ese tipo de renuncia que en nuestros días se considera opuesta a la independencia y al desarrollo personal.
@pacosanchez