Carlos Alcaraz es un tenista con una mano de tres o cuatro ases sobre cinco. Llevó al límite a Berrettini en Australia, pero no ganó. Berrettini, séptimo del mundo, fue eliminado por Nadal en semifinales, en cuatro sets, en el torneo para la historia. Alcaraz tiene 18 años (El Palmar, Murcia, 5 de mayo del 2003). Ya está entre los treinta mejores. Pero, por mucho que se consolide y se harte de ganar, va a ser (casi) imposible que llegue a la altura de ese monstruo que es Rafa Nadal. Alcaraz sufrirá el mismo problema que otros muchos tenistas españoles que hasta ganaron grand slam, pero que fueron esnaquizados por el extraterrestre Nadal. Uno de ellos, Carlos Moyá, que lo entrena ahora.
Hay un segundo cuando Nadal se proclama campeón, cuando al fin le tapa la boca al sobrado de Medveved, cuando gana su 21 grand slam, que le sale una sonrisa impagable, única. Primero la tapa instintivamente con las manos y luego muestra esa sonrisa de niño en el sitio de su recreo, de felicidad absoluta, de inocencia total. Así es Nadal. Un yunque con la raqueta. Un tipo normal en la vida. Alguien que jamás asesinó al niño soñador que llevamos dentro.
Esa asignatura imposible que Alcaraz tiene por delante no sucede solo en el tenis. Ojalá se convierta en el segundo jugador español con más títulos. Tiene un golpe nervioso, que es una gloria verle. Aún así estaría solo por delante de Santana, una leyenda, que lo fue por ser el primero en ponernos en el mundo de la raqueta. ¿Cómo hará el mejor Alcaraz para emocionar a los españoles más que Nadal? Es una misión que degradará un poco sus éxitos. Es lo que tiene aparecer después de un inmortal.
Decía que sucedió en otros deportes. Contador, por ejemplo. ¿Quién es Contador con el paso del tiempo? Un ciclista genial que nos entretuvo después de que Miguel Induráin nos dejase sin palabras, sin adjetivos, sin comparaciones. ¿Y Abraham Olano, que fue campeón del mundo de ciclismo en el 95? Ya no se acuerdan, claro. Ser un grandísimo jugador después de una leyenda en un país es una pesadumbre para el que le corresponda. Los mitos como Nadal no tienen herederos, como Tiger Woods. Son meras capillitas de auténticas catedrales. Más en España, un país de apaleadores y apandadores, sin piedad en las críticas.
Pregúntenle a un argentino por Messi y por Maradona. Ya saben lo que les responderá, de forma ciertamente injusta. O Alcaraz supera los 21 grand slam y borra este artículo, y lo hace con la misma épica de remontadas únicas, o será otro excelente tenista español, como los que fueron quedando por el camino: Juan Carlos Ferrero, Carlos Moyá, Albert Costa, Sergi Bruguera, Gimeno, todos ellos ahora comentaristas, con clase y dignidad, pero glosadores de un genio que desliza toneladas de fuerza como si al tenis se jugase con la pluma del bádminton. Un jugador que no golpea la bola, que la embala para que el viento silbe sobre la yugular del rival.