Era costumbre castellana poner el nombre del santo del día al recién nacido. Algunos han pensado que, si celebraban elecciones el día de San Benigno, las cosas les iban a ir bien; si no, siempre quedaría el día siguiente, San Valentín, para establecer vínculos. Ahora que en Castilla proliferan partidos regionalistas y provincialistas (Unión del Pueblo Leonés, Vía Burgalesa, Soria ¡Ya!) es probable que la reconstrucción de la identidad lleve a la recuperación de los nombres de santos autóctonos. En León: San Celedonio, San Lupercio, San Facundo, San Fructuoso, San Toribio, San Valerio del Bierzo o San Genadio de Astorga (el popular San Juanacio); en Burgos: San Amaro, San Cirilo, San Lesmes, Santa Céntola, Santo Domingo de la Calzada o San Sinsebuto de Cardeña; en Soria: San Martín de Hinojosa o San Saturio de Numancia.
Recuperar los santos puede reforzar la autoestima, pero fiarlo todo a San Valentín tiene sus riesgos, porque no deja de ser un invento madrileño. San Valentín fue un santo utilizado para acabar con las lupercales, fiestas en las que se daban zurriagazos a las mujeres con el fin de aumentar su fertilidad. Era un santo de tercera, cuya festividad fue eliminada del calendario litúrgico en el Concilio Vaticano II. Sin embargo, San Valentín fue revitalizado por Pepín Fernández, fundador de Galerías Preciados, quien tuvo la idea del Día de los enamorados, convenció a todos de que los enamorados no solo eran los novios y aumentó de modo exponencial la clientela de sus grandes almacenes.
Eran años de migraciones exteriores, a Alemania, Francia, Suiza o Inglaterra, a modo de válvula de escape del Plan de Estabilización, y migraciones interiores, de los campos de Castilla a Madrid, Bilbao o Barcelona. Años de lavado de cara del régimen franquista, con ministros tecnócratas vinculados al Opus Dei. Años de un desarrollismo que tenía más de crecimiento que de desarrollo. Años en los que el español medio, enamorado o no, vivía despreocupado de la política pero preocupado por consumir cada vez más, que en eso consistía la modernidad.
Décadas después, en Castilla y León los problemas derivados de la demografía (despoblamiento o fijación de la población), del consumo (carne o lentejas) y de la política (autónoma o sucursal) continúan lastrando el desarrollo. Tras una campaña frustrante, San Benigno da paso a San Valentín. Veremos si trae enajenación o valentía, porque lo relevante no es quién gana, sino de quién se enamora.