El mar no tiene caminos, el mar no da explicaciones. Lo dijo, más o menos así, el novelista y periodista italiano Alessandro Baricco. Sobre todo, el mar ni tiene ni da explicaciones, y resulta imposible entender el comportamiento desleal y traidor para con quienes deciden compartir sus vidas con él. El mar actúa con ingratitud y desafecto; con alevosía y engaño con los que puede hacerlo. Los que surcan sus aguas en busca de su supervivencia.
Otra vez, ayer los océanos nos revelaron su maldad llevándose al abismo al pesquero marinense Villa de Pitanxo, en Terranova. De madrugada. Traicioneramente. Otra vez Galicia, esta vez de forma especial O Morrazo, se sobresaltó y lloró, como tantas y tantas veces, al conocer el alcance de la nueva tragedia. El sector pesquero vuelve a entregar el tributo que periódicamente reclaman las inmensidades marinas. Nuestra historia está plagada de tragedias similares a las que nunca nos daremos acostumbrado. De Ribadeo a A Guarda, es imposible hallar una familia que no haya sido embestida por una desgracia.
Dicen las crónicas de urgencia que en el momento del naufragio del Villa de Pitanxo la situación en la zona era muy mala. De noche y con bajas temperaturas. Pero los tripulantes, españoles —de ellos algunos gallegos—, peruanos y ghaneses, hacían lo que sabían y decidieron hacer y lo que hicieron toda su vida. Faenar allí donde el mar les daba sus frutos. Dicen también que el pesquero, de casco de acero y 50 metros de eslora y casi 10 de manga, estaba en buen estado. Y que tanto el patrón, el gallego Juan Padín, como los tripulantes eran profesionales experimentados que conocían bien la zona por llevar tiempo faenando en sus aguas.
Pero el mar no responde a razonamientos. Ni a experiencias. Ni a hábitos. El mar se comporta en ocasiones con una actitud criminal. Con quienes menos lo merecen. Los gallegos lo sabemos bien, y los pescadores lo saben mejor. Don Álvaro Cunqueiro dedicó maravillosas páginas a los enormes océanos, que están ahí a nuestro lado, decía, a las naves, a sus tripulaciones y a los naufragios. Y aseguraba que quienes residían en los pueblos costeros eran más libres porque tenían una visión más abierta del mundo. Y decía también que los hombres que son libres aman el mar. Como los que en la madrugada de ayer dejaron sus vidas en las profundidades de Terranova. Porque el mar, aprendámonos la lección, no da explicaciones.