La imagen de Casado de ayer, abandonando el Parlamento tras su intervención de despedida, ha sido la imagen de la derrota personalizada, individualizada y no compartida por los parlamentarios del PP, y, por ello, la expresión de un partido dividido, roto, lleno de intrigas y de intrigantes; indeciso, que no sabe si ponerse de pie ante el líder que se va mientras mira a los que llegan.
Esta historia ha dibujado claramente la fragilidad de la unidad de los populares; esa arquitectura construida sobre los pilares de la autoridad que se desmorona cuando la ropa sucia se lava fuera de casa. Ese ha sido el gran pecado de Casado, no saber cuándo tenía que echar el freno, cuándo perder una batalla para ganar la guerra, y ese parece ser el mal endémico de su generación.
Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Albert Rivera y el propio Pablo Casado pertenecen a una nueva generación de políticos, la que tomó el control de la política cuando la política se fracturaba, cuando la sociedad se polarizaba, cuando el mito de la transición política se hacía pedazos y nos quedábamos sin un espacio común de referencia compartida, cuando nacía la nueva política, la impunidad de las redes, las fake news.
Solo Pedro Sánchez ha resistido a su propio órdago; el resto han ido desapareciendo como consecuencia siempre de estrategias inverosímiles que distanciaban un palmo el cielo del abismo. Por eso es más incomprensible la apuesta de Casado, su presencia en el cadalso de la COPE para hacer personalmente de verdugo y ejecutar públicamente a Ayuso. Con la seguridad de quien cree firmemente en el ajusticiamiento y no tiene sospecha alguna de la rebelión de los que observan.
Si lo hubiera hecho cualquier otro, el propio Egea, el tema tendría solución; pero quiso hacerlo él, ganar ese pulso personalmente; con ese exceso de personalismo que caracteriza a todos los políticos de su generación y que tanto daño les ha hecho a ellos y a sus partidos.
El resultado es una generación de políticos desaparecida, un partido como Ciudadanos en vías de extinción, Podemos descabezado, y el PP con la crisis más seria de su historia. Sánchez resiste porque él era el mártir de la historia y no el verdugo, y en nuestro tiempo tenemos una especial predilección por las historias de mártires, a veces.
Lo bueno para el PP es que solo hay en política una fábula más potente que la del mártir; y esa es la del mesías, la del salvador, la misma que jugó Obama en su tiempo y que ahora Feijoo interpretará con la maestría a la que nos tiene acostumbrados.
Porque, al fin y al cabo, la política, como el cine, va de historias, y tan pronto acaba una, empieza otra.