
Conocí al todavía presidente de la Xunta de Galicia hace unos tres años en A Coruña. En un casual paseo por Los Cantones me lo encontré ejerciendo de padre. No sé muy bien por qué, pero decidí saludarle y cual periodista le interrogué sin tapujos: «¿Le esperan en Madrid?». Con media sonrisa, socarrona, y una amabilidad exquisita, me contestó igual que el pulpo más auténtico por aquellos lares, es decir, a la gallega: «Ya veremos».
Tras esta primera pregunta, foto mediante, le conté que mi hoy esposa, entonces novia, era de Galicia y que yo era asturiano. Afablemente, me dijo: «Cuida a la gallega». He de decir que, a este respecto, creo haber cumplido con creces. Espero que no me reproche nada en nuestro próximo encuentro, si es que lo hubiere.
Hoy, en plena crisis del Partido Popular tras uno de los episodios más mezquinos de su historia, su nombre suena con fuerza como redentor del centroderecha español. Cuatro mayorías absolutas y su fama como gestor parecen avalarlo como el único capaz de salvar un partido hecho añicos. Habría que preguntarse si, tras este suceso, el PP podría añadir a sus estatutos el término «berlanguiano». Méritos, desde luego, no les faltan.
Que nadie dude que, en caso de dejar San Caetano y aterrizar en Génova 13, Rue del Percebe, le sacarán por enésima vez la comprometedora foto. El interrogante está, dadas las circunstancias, en saber si el tema vuelve a emerger desde el establishment popular, el eufemístico «fuego amigo». Nada ya es imposible.
Puede que, como dice la canción, Sevilla tenga un color especial. Pero el norte tiene su idiosincrasia, doy fe, y huelga decir que no es, ni mucho menos, la misma que la de Madrid...
La receta puede fallar y, como dirían los más castizos, salirles el tiro por la culata. Como él mismo dijo, ya veremos.