Una vez más, y ya son incontables las veces que esto ha ocurrido a lo largo de la historia, Europa avanza inexorablemente hacia una guerra por un conflicto territorial en el este que no afecta ni importa a la inmensa mayoría de los ciudadanos del continente. También, al igual que antes, dicho conflicto viene heredado del pasado, cuando se debió arreglar y no se hizo.
Este, concretamente, surge tras el colapso y desintegración de la URSS en países soberanos, de los que nunca se aclaró cómo de independientes estratégicamente iban a ser de Moscú. Todos ellos, exmiembros del Pacto de Varsovia, han ido poco a poco acercándose a los Estados Unidos y sus aliados, y solicitando su ingreso en la OTAN, como Polonia, Lituania… Haciendo que esta coalición militar dominase territorios cada vez más cercanos a Rusia. He ahí el punto de inflexión que ha provocado el conflicto, cuando Ucrania, país limítrofe con Rusia, ha solicitado su adhesión al Tratado del Atlántico Norte (OTAN), viendo Moscú entonces al enemigo a las puertas.
El atrevimiento ruso tiene mucho que ver con la inacción de la Unión Europea, en la que, a la hora de hacer frente a esta amenaza, las posiciones de los principales Estados miembros no han sido las mismas por motivos puramente estratégicos, concretamente, energéticos. Alemania se ha puesto de perfil a la hora de apoyar a Kiev, puesto que depende totalmente del gas que Rusia le proporciona a través de un gasoducto que precisamente pasa por Ucrania. Por el contrario, la otra gran potencia comunitaria, Francia, con sus 58 centrales nucleares, que evitan que dependa de otros países, sí ha mostrado un rechazo frontal a la política expansionista de Vladimir Putin. Y ha salido en defensa de Ucrania.
Desde nuestro egoísta punto de vista, en uno de los países más al oeste de la Unión, no parece, por el momento, que militarmente nos vaya a afectar mucho. Ni energéticamente, puesto que nuestro gas es importado principalmente de Argelia.
Nuestra mayor debilidad está en nuestra economía. Los mercados ya se están comportando como tradicionalmente lo hacen en momentos de incertidumbre y guerra; vemos el índice de volatilidad (VIX) por los cielos, el hundimiento de la renta variable (bolsa) y cómo los valores refugio, véase el oro, las materias primas y los futuros de estas, se disparan. Mencionar las criptomonedas, tema tratado hasta la extenuación en los últimos años, que, en teoría, deberían convertirse también en valores refugio, y estaban llamadas incluso a suceder al oro en estos aspectos. A la luz de los acontecimientos, observamos cómo están muy lejos de esto, e incluso se comportan en sentido contrario a lo que cabría esperar.
A nivel país, debe preocuparnos la célebre prima de riesgo, el interés que pagamos por nuestra deuda comparado con el de Alemania, que suele incrementarse en momentos de tensión y que, con una deuda del 120 % del PIB como la que tenemos, puede ser demoledor para nuestras finanzas públicas. Los ciudadanos de a pie deben temer también por el precio de la gasolina, ya en máximos de por sí, y que, como hemos mencionado antes, toda materia prima o fuente de energía suele ver incrementado su precio ante este tipo de acontecimientos (el barril de brent ya supera los 100 dólares).
No querría concluir este artículo sin dar un poco de pie al optimismo ante tanta mala noticia. Lo primero, es sumamente improbable que la guerra se extienda a otros territorios. Ninguna nación va a arriesgarse a un conflicto armado con Rusia por un país que, por otra parte, lleva en una especie de guerra civil desde el 2014, como es Ucrania. En estos momentos debemos tener fe en la diplomacia y en que todo se solucionará a través de un pacto.
Por último, desde el punto de vista de nuestros bolsillos y atendiendo a otros acontecimientos históricos similares, como pudieron ser la guerra de Irak o la del Golfo. Estos hechos y el hundimiento económico que traen consigo no son sino el prólogo de un período de crecimiento y prosperidad.
Así ha ocurrido antes y esperemos que así vuelva a ser.