Gergiev, el que calla otorga

César Wonenburger DIRECTOR ARTÍSTICO DEL FESTIVAL DE ÓPERA DE A CORUÑA

OPINIÓN

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03 mar 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Estos días he vuelto a recordar, hace ya unos cuantos años, mi único encuentro con Valery Gergiev, el conocido director ruso de la Filarmónica de Múnich y del Teatro Mariinski de San Petersburgo. Eran los primeros tiempos tras la reinauguración del Teatro Real y el maestro ruso tenía que dirigir, además de unas funciones de Guerra y paz con una jovencísima Netrebko, una de las sinfonías de Mahler (no guardo memoria de cuál, desde luego no tuvo en mí el efecto de aquella Novena con la que Abbado se despidió de todos nosotros en el Auditorio Nacional…), pero lo que sí recuerdo nítidamente fueron las palabras llenas de apasionados elogios de Gergiev acerca del entonces recién llegado Putin, y su ilusión, llena de esperanza, por que el nuevo jerarca devolviera a Rusia el «esplendor» de los tiempos de la Unión Soviética, casi como un mandato del destino.

En aquella ocasión se habló de música y algo también de política, pero lo que más me sorprendió fue esto último. Sus críticas vertidas sin apenas disimulo hacia las repúblicas que recién habían recuperado su identidad, su libertad, con su más que velado deseo de que en algún momento estas pudieran regresar al seno de «la gran madre Rusia», entonces ya me puso en alerta sobre el hombre, a pesar de mi admiración por el gran músico que albergaba, algo indiscutible. Y si bien todos estos años he logrado disfrutar de algunas de sus maravillosas interpretaciones por el ancho mundo, sobre todo al mando de las huestes del glorioso Mariinski, nunca he podido olvidar aquel algo atrabiliario discurso suyo que tan desafortunado, extemporáneo y ahora premonitorio me pareció. Siempre he defendido que no se puede juzgar la valía de un artista, de un creador, por sus actuaciones y opiniones privadas. Pero todo tiene un límite: el mismo que las tropas rusas han traspasado estos días. Si no se pronuncia, Gergiev es su cómplice, no por lo que calla ahora, sino por aquello que iba diciendo a quien quisiera escucharle. Así lo han entendido los rectores tanto de la Filarmónica de Múnich como de la Scala de Milán, que han cancelado sus compromisos y actuaciones con él. La tibieza se paga cara.