Llegó la guerra y mandó parar. Se acabó la diversión. Ha tenido que desatarse una atrocidad de dimensión planetaria, inimaginable en ese siglo XXI que algunos ubicaban ya en el fin de la historia, para que Pedro Sánchez se dé cuenta de que tiene sentado en su Consejo de Ministros a un grupo de chavales que darían el papel en una asamblea de facultad de los años 70, con sus camisetas del Ché, sus cazadoras con la bandera de la DDR y sus chapas con la hoz y el martillo, pero no afrontando desde un Gobierno la mayor tragedia desde la Segunda Guerra Mundial.
El rostro de los diputados de Podemos, acostumbrados al sí se puede ante la pertinaz flojera de Sánchez, demudaba la color a medida que este desgranaba el envío de armas a Ucrania y el esfuerzo en Defensa, y adelantaba que ahora toca sacrificio económico, y no festival de gasto. Zapatero despertó en el 2010 de su sueño infantil cuando recibió una llamada de Obama, de Merkel y hasta del chino Hu Jintao para decirle que la fiesta había terminado. Aprobó un recorte brutal y pasó al oficio de supervisor de nubes, que tanto anhelaba. Está por ver si Sánchez, con su aterrizaje en la realidad tras días de arrastrar los pies por la vergonzosa presión de sus socios, está todavía a tiempo de no seguir el mismo destino, o si la pandilla del Bella Ciao lo llevará al abismo.
Es de imaginar que el encargado de Negocios de la Embajada de Ucrania en Madrid, Dmytro Matiuschenko, lloraría desde la tribuna de invitados del Congreso escuchando el discurso de los revolucionarios de salón de Podemos, mientras las bombas de Putin masacran a su pueblo por tener la osadía de querer ser libre y aspirar a tener el mismo derecho a defender cualquier idea en el Parlamento de Kiev que el que tiene esta izquierda exquisita para mostrarse impunemente equidistante entre los asesinos y los asesinados.
Qué ridículos resultan ahora, cuando se amontonan los cadáveres, discursos como los de las ministras de los niños, las niñas y les niñes, o los del ministro de la huelga de juguetes. Yolanda Díaz tendrá que decidir de una vez si quiere estar en esta guardería o prefiere hacer política.
Pero igual de ridículo resulta que el primer partido de la oposición llevara meses hablando de un congreso regional y enfrascado en una guerra interna con espías de tebeo mientras en el corazón de Europa se fraguaba la catástrofe. Y también es grotesco escuchar a fray Junqueras, al que tanta atención prestábamos, comparando a los catalanes con los ucranianos que mueren bajo las bombas de Putin.
Al margen de lo que se opine de su contenido, el título del libro de Rajoy, Política para adultos, resulta profético para lo que se necesita ahora. En esa política no caben desde luego la chavalada podemita ni los admiradores en la extrema derecha del macho alfa ruso. Hay que agradecer por ello que este drama coincida con la llegada al liderazgo del primer partido de la oposición de un político experimentado. Es de esperar que ese giro a la sensatez en el PP se complete con un golpe de timón de Sánchez en el Gobierno.