Resulta inconcebible la pujanza de la lógica bélica en el 2022. ¿No hemos sacado enseñanzas de las negativas intervenciones en Afganistán, Irak, Siria, Somalia o Libia? ¿No somos capaces de imponer de una vez por todas la cultura de los derechos humanos y un pacifismo, aunque sea débil, en la geopolítica mundial? Rusia y Estados Unidos han dado muestras en los últimos años de una incapacidad manifiesta para construir la paz. Y el seguidismo europeo tampoco ha sido positivo.
Ante ello, abogamos por la diplomacia como instrumento principal en la solución de las disputas geopolíticas. Diplomacia, sí, siempre, aunque vivamos tiempos grises y manipulados, que nublan la razón y tienden a un maniqueísmo simplista.
Primero debemos criticar firmemente la ineficacia de esta diplomacia durante los meses pasados, que no pudo, no supo o no quiso desescalar la tensión en el este europeo. Incluso, las reuniones de alto nivel acababan con declaraciones que introducían más tensión en vez de mitigar el problema. Resultaba esperpéntico: los líderes de un lado y otro, en vez de templar ánimos arrojaban fuego oral para obstaculizar cualquier avance.
¿Y ahora? El escenario es diferente, ya que el conflicto bélico está en curso. Pero, pese a ello, reclamamos igualmente la reactivación de la diplomacia en este momento, quizá más que nunca, para conseguir el alto el fuego. En este sentido, hay que explorar las posibilidades de negociación en los distintos marcos que pueden ser útiles: bilateral (el más importante, entre Rusia y Ucrania), la UE, la OTAN, el Consejo de Europa o la ONU. Incluso, también China puede jugar su papel. Los múltiples actores implicados deben apostar de forma sincera y generosa por la diplomacia. Por eso sorprende que desde Occidente haya reticencias para volver a negociar. Como opinión pública democrática del siglo XXI así lo exigimos.
Y hay que pensar en una diplomacia que dé una salida aceptable a Putin, que comprenda el diferente contexto sociopolítico ruso y que ofrezca una alternativa menos gravosa ante la imprevisible evolución de los acontecimientos. Volver a mentar la amenaza nuclear es un despropósito que hay que afrontar con cautela.
De momento, estas ideas no calan entre nuestros responsables públicos, que parecen más preocupados por inundar de armas Ucrania, lo que tal vez avive el fuego en vez de mitigarlo. Otro error. No debemos perder nuestra capacidad crítica para analizar los problemas teniendo en cuenta las distintas aristas que contienen y el contexto en el que se producen. En los años 90 Rusia quería ser aliada de Occidente, no les dejamos. Ahora no parece posible volver a una situación similar, pero sí es factible tender puentes que mengüen la tensión y ofrezcan luz al final del denostado túnel de la guerra.