La decisión parece muy sencilla. Hay que ayudar a los agredidos para que se defiendan de los agresores. Lo ha dicho hasta Noam Chomsky, faro del activismo progresista. «Deberíamos hacer todo lo posible para ofrecer un apoyo significativo a quienes defienden valientemente su patria contra crueles agresores». Y en esa idea estamos situados la gran mayoría. Hay que ayudar a los ucranianos, no los podemos abandonar en su peor momento. Y hay que hacerlo de todas las formas posibles. Acogiendo a refugiados, con ayuda humanitaria y también con armas, para que puedan oponerse a la locura desatada por Putin. Porque la masacre que a diario nos televisan en directo solo tiene dos salidas. O el éxito de la defensa del pueblo invadido, utilizando los mismos métodos que el invasor; o su destrucción y aniquilamiento.
Dejando a un lado las teorías paranoicas de quienes defienden que la ocupación de Ucrania se para por las vías diplomáticas, quizá debemos reflexionar sobre la conveniencia de facilitar armas a los ciudadanos agredidos y analizar qué vamos a lograr con la entrega. Porque en lo que todos estamos más o menos de acuerdo es que esta es una batalla desigual que, antes o después, se inclinará del lado ruso. Desgraciadamente, pero es así.
Sin duda, lo que se conseguirá facilitando armamento a Ucrania es retrasar el final del conflicto. Con un mayor balance de víctimas. Con una mayor brutalidad por parte del invasor. Con un saldo más destructivo. Con un país arrasado. Porque la salida al enfrentamiento no pasa por una victoria bélica del estoico pueblo ucraniano. Ni tampoco por una rectificación y marcha atrás de los asaltantes ante el acoso de un pueblo armado. Ya vimos que el zar asesino está dispuesto a todo antes de claudicar. También a bombardear la mayor central nuclear europea.
La decisión no resulta nada fácil porque cualquier salida se antoja dañina y peligrosa. Estamos ante un debate ético en el que facilitar o no armamento tiene sus razones. Solo nos queda recuperar a Cervantes y pensar, como él, que «las armas tienen por objeto y fin la paz». Aunque muchos nos tememos que en este caso no sirvan más que para prolongar el sufrimiento y la devastación.