Inicio así una carta que le dirijo, señor Putin, desde un lugar situado al noroeste de la Península Ibérica y utilizando la fórmula de cortesía que exige el formato epistolar.
Deseaba preguntarle si duerme bien; de no ser así, le aconsejo que lo haga, porque la insuficiencia en el sueño nubla la claridad de la mente, la salud del intelecto y la conciencia moral.
También quería preguntarle si ha sido usted un niño; si recuerda que, en el caso de que pertenezca al género humano, en algún momento habrá tenido que permanecer en el vientre de una mujer. Piense en su madre, en su inocencia, en el candor de los primeros años de juventud de su madre. Repase la historia de la humanidad. Busque en el diccionario el significado de las palabras sufrimiento, demonio, infierno y paraíso, después decida en qué lado quiere estar. Recuerde que los niños no pierden la esperanza porque no les ha dado tiempo.
Le informo de que, en este momento de la historia, usted es el centro de las miradas cuando reflexionamos sobre la naturaleza del mal. No le odiamos, no le queremos. Solo le pido que duerma de noche, que piense en su infancia y sepa que los niños de hoy no pierden la esperanza porque no les ha dado tiempo, pero cuando crezcan le van a odiar como responsable del odio generador en los corazones. Usted mismo lo será: un fiel heredero de un odio anterior.
No le odiamos porque no queremos ser diablos con cuernos y rabo. Anhelamos un mundo en el que cada despertar sea una nueva oportunidad para vivir la vida que se nos ha entregado, como hizo su madre cuando le alumbró, y no para huir de las bombas con las que amenaza a la humanidad.
Por si la geografía se le ha olvidado, le recuerdo que estamos en un planeta conocido con el nombre de Tierra, configurado en países para facilitar la organización, y que en él habitan seres que quieren vivir, y nacen libres u orientados por la naturaleza, pero ella no es usted.