Llegó Sánchez, impecablemente vestido, y con cara de catedrático emérito en Cambridge, se subió al púlpito, y empezó a solemnizar lo obvio, tarea en la que ya resulta tan imbatible como «un chuletón al punto».
Llegó Sánchez, impecablemente vestido, y con cara de catedrático emérito en Cambridge, se subió al púlpito, y empezó a solemnizar lo obvio, tarea en la que ya resulta tan imbatible como «un chuletón al punto».