Claro. Lo primero que deslumbra es tanto carisma contenido en esa chica rubia que nunca era la misma. La millonaria alemana a la que alguna vez se le escapaba un deje ruso en la voz. La mujer fuerte de apariencia frágil capaz de convencerlos a todos. Por supuesto, la vista se desvía al principio a la joven heredera de nada que sin embargo estuvo a punto de contener el centro del mundo en su mano de hierro. En el reflejo en sus gafas de marca de aquel edificio icónico que albergaba el sueño de una fundación que quedó reducida a la nada.
Sin duda, la primera impresión es la que cuenta. Un viaje a Marruecos con quien pide dinero y luego se asusta cuando el dinero vuela. La rocambolesca vida de una niña pobre que se forjó una personalidad arrebatadora hasta el punto de convertir su juicio en una pasarela de moda.
Y sin embargo, la belleza de la serie no está en la alta costura, el caviar, la langosta y las mejores fiestas. Hay un milagro invisible que sostiene toda esta historia. Un tejido irrompible cosido con meses de trabajo y cientos de entrevistas. Con un reguero de hechos comprobados que culminó en un reportaje que hizo explotar, desde dentro, a la élite social y económica. Al final, la protagonista de Inventing Anna no es una joven narcisista que si no lo tiene, se lo apropia. Es sobre una periodista que aunque tenga claro que es lo mundano, vuelve especial lo más cotidiano: parir una historia.